ANDORRA – SIERRA DE ARCOS

Tierra de íberos, una ruta por su legado incalculable

Hace unos 2.000 años que los íberos desaparecieron, sin embargo, sus huellas todavía son muy visibles en la comarca de Andorra-Sierra de Arcos. Como el resto del territorio bajoaragonés, estuvo habitada por los ausetanos del Ebro u ositanos entre los siglos VI a.C. y la plena romanización, en el siglo I d.C. Las excavaciones arqueológicas realizadas en cinco yacimientos de la comarca (necrópolis y poblado de El Cabo de Andorra, el Cabezo de San Pedro y El Palomar de Oliete, y El Castelillo de Alloza) han aportado una información muy valiosa sobre la forma de vida de sus habitantes a lo largo del período ibérico.

Los ositanos se asentaron al sur del Ebro, en la zona delimitada por las cuencas del Matarraña, Guadalope y Bajo Martín. Este territorio se enmarcaba en el interior de la extensa franja oriental de la península ibérica, donde convivían diversos pueblos, con importantes diferencias entre ellos, que comenzaron a crear asentamientos urbanos en la I Edad del Hierro. Todos compartían su localización geográfica próxima al Mediterráneo y experimentaron la misma evolución hacia sociedades complejas jerarquizadas. Sin embargo, lo que realmente les unía era la elaboración y uso de una cerámica particular y propia, con una decoración muy característica, y sobre todo el empleo de unas lenguas ibéricas de procedencia no indoeuropea.

Patrón de asentamiento territorial en la cultura ibérica

Comarca Andorra-Sierra de Arcos

Mapa de yacimientos íberos en Andorra - Sierra de Arcos
Mapa de yacimientos íberos en Andorra - Sierra de Arcos

A lo largo de los casi siete siglos en los que imperó la cultura ibérica, tuvieron lugar numerosos cambios y una evolución constante en los aspectos sociales, económicos y religiosos de los habitantes del área bajoaragonesa. Por lo tanto, aún considerándose ibéricos, son muy distintos los asentamientos, las creencias y los modos de vida de la población a lo largo del periodo. Sin embargo, en líneas generales, la época ibérica está reconocida como una de las etapas más originales y de mayor esplendor que tuvieron lugar en nuestro territorio desde la prehistoria a la Baja Edad Media, tanto desde el punto de vista económico, como social y cultural.

La comarca de Andorra-Sierra de Arcos ofrece la oportunidad de conocer a nuestros antepasados íberos a través del legado que dejaron. En Oliete, pueden visitarse los yacimientos de El Palomar y el Cabezo de San Pedro; en Alloza se exponen reproducciones muy fieles de algunas de las cerámicas más importantes halladas en el yacimiento de El Castelillo; y en Andorra, existe la posibilidad de viajar al pasado caminando por el poblado ibérico de El Cabo durante todo el año, y asistiendo a la fiesta de Lakuerter Íbera cada segundo fin de semana de noviembre.

Poblados con más de 2.000 años en Oliete

El Palomar se localiza a unos 15 minutos caminando desde Oliete, sobre una estratégica colina en la orilla izquierda del río Martín. El poblado ocupó una extensión inferior a una hectárea y conserva aún indicios del foso. Las viviendas estudiadas tenían dos plantas, cumpliendo la inferior la función de almacén o bodega y la superior, de residencia. Los muros eran de adobe y las techumbres de troncos, cañas, ramas y barro. El urbanismo del poblado es muy evolucionado y evidencia una planificación previa mediante una planta ortogonal de calles que se cruzan perpendicularmente definiendo manzanas de viviendas. Hasta el momento solamente se ha excavado una de estas manzanas, que aparece conformada por once casas y cuatro almacenes.

También se han encontrado importantes restos de cerámica con decoración de tipo ibérico y restos que imitan la romana. Se ha recogido, igualmente, un gran número de monedas y objetos en hierro como clavos, hachas, y otros en bronce como fíbulas, aros, argollas o placas de cinturón. El poblado se data en el siglo III a. C. y su final llegaría de manera violenta durante las guerras sertorianas en torno al 74 a. C. Curiosamente, tras su destrucción y abandono, fue reutilizado en el siglo VI d. C. como necrópolis visigoda. En la actualidad, es uno de los yacimientos más importantes para el conocimiento de la cultura ibérica en la provincia turolense y fue reclasificado en 2002 como Conjunto de Interés Cultural; anteriormente, en 1981, había sido nombrado Monumento-Histórico Artístico.

El espectacular asentamiento fortificado del Cabezo de San Pedro de Oliete se sitúa en lo alto de una plataforma rocosa desde la que se domina un amplio tramo del río Martín. Hoy en día, lo único visible de esta urbe íbera, que alcanzó los 17.000 metros cuadrados, es la fortaleza situada en un extremo, aprovechando la protección natural que brindan los acantilados excavados por el río. Un foso precede a una doble línea de murallas (la primera de ellas de 4 metros de anchura), un camino de ronda y varios torreones de planta circular, de los cuales uno conserva una altura de más de 13 metros.

Este impresionante conjunto fortificado parece desempeñar un papel preferentemente militar, de control de accesos y vías de comunicación, en la protección de otros núcleos ibéricos próximos (como El Palomar) dedicados posiblemente a actividades agropecuarias. El material arqueológico recuperado en las excavaciones incluye cerámicas ibéricas habituales e imitaciones de cerámica campaniense. La ocupación del poblado se ha situado entre los siglos III y mediados del siglo I a. C. En el año 2001, el Cabezo de San Pedro fue declarado Conjunto de Interés Cultural.

Este destacado patrimonio ibérico ha convertido a Oliete en la sede del Centro de Interpretación de la Cultura Ibérica, dentro del territorio del Parque Cultural del Río Martín al que pertenece. También forma parte de la Ruta de los Íberos del Bajo Aragón. El centro está ubicado en las antiguas escuelas y su visita es fundamental para entender mejor la estructura y las formas de vida desarrollada en los asentamientos. Se trata de un espacio interactivo con paneles informativos, maquetas de los poblados y reproducciones de herramientas agrícolas y piezas cerámicas.

El simbolismo de las cerámicas de Alloza

El Centro de Visitantes de Alloza está dedicado a la cerámica ibérica en sus aspectos decorativos y formales, a raíz de las piezas halladas en el cercano yacimiento de El Castelillo. Se trata de un interesante conjunto de cerámicas decoradas de época iberorromana con abundantes representaciones humanas y animales que presentan claros paralelos con otras cerámicas recuperadas en los yacimientos de La Guardia de Alcorisa y El Cabezo de Alcalá de Azaila. En la segunda planta del edificio, que forma parte de la Ruta de los Íberos del Bajo Aragón, pueden verse en varias vitrinas reproducciones muy fieles de algunas de estas cerámicas.

En el grupo de cerámicas de Alcorisa-Alloza-Azaila son habituales las escenas con figuras humanas, predominantemente masculinas y dibujadas de perfil, con la presencia de jinetes lanceros; parejas de varones con un brazo en alto y la palma de la mano abierta, de gran tamaño, entre un objeto que ha sido interpretado como un ánfora o como una granada; personajes sentados con un cetro frente a escenas de combates y figuras labrando con bueyes. Entre los animales representados, generalmente de perfil, destaca la presencia de caballos (siempre como animales de montura), bueyes (como animales de tiro), toros, ciervos, jabalíes, perros, lobos, liebres, buitres, palomas, búhos (representados siempre de frente), gallos, serpientes, peces y caracoles. Aparecen, a menudo, combinados con figuras humanas y enmarcados por motivos geométricos o vegetales.

A muchos de estos animales se les atribuye un significado simbólico: los toros como fuerza fecundadora, las serpientes relacionadas con el mundo funerario, los lobos y jabalíes con divinidades infernales, las palomas con el mundo femenino, y los ciervos con cultos solares. Este tipo de representaciones nos remite, por tanto, a un rico mundo simbólico y ritual que nos ha llegado plasmado en escenas de carácter social o religioso en determinados vasos cerámicos que podrían indicar el prestigio y categoría social de sus propietarios.

Representación de la vida íbera en Andorra

El parque arqueológico de El Cabo, ubicado en la actualidad en el monte de San Macario, constituye un proyecto único e inédito en la arqueológica española. Originalmente, el poblado datado en el siglo V a.C. se encontraba en una zona muy próxima a una explotación minera a cielo abierto y debido al peligro que corría se excavó en su totalidad en el año 1999 para ser trasladado. Durante los trabajos, se encontraron más de 40.000 restos arqueológicos, en su mayoría cerámicos, pero también se hallaron restos óseos y metálicos como hebillas, puntas de flecha, agujas de coser, anillos y colgantes.

La planificación del poblado consistía en una calle central con unas 50 pequeñas viviendas dispuestas en dos alineaciones paralelas en torno a ella y en cuya parte más elevada, se edificaron las habitaciones o espacios de mayor tamaño, seguramente destinados a almacén y vivienda de la principal familia del poblado. La superficie media de las casas en su planta baja, que probablemente tenían altillos, apenas superaba los 20-25 metros cuadrados. Todo el conjunto estaba protegido por una muralla escalonada en su vertiente más accesible y por un gran torreón de planta rectangular que defendía la estrecha  puerta de acceso principal.

En la actualidad, el poblado está reconstruido en planta en una zona de similares características físicas a su emplazamiento original. Las dimensiones de los espacios son exactas y los elementos líticos de interés -gorroneras, brancales, apoyos de poste, paredes y molinos- se encuentran situados y orientados igual. Pueden verse varias viviendas edificadas en altura, una pequeña necrópolis reconstruida de acuerdo a los datos obtenidos de la excavación del cementerio original y un centro de visitantes donde se explica la historia del poblado.

La visita al parque arqueológico es una oportunidad increíble para comprender la forma de la vida de los íberos en cualquier época del año. Aunque para aquellos que de verdad quieran viajar en el tiempo, Andorra organiza el segundo fin de semana del mes de noviembre la Feria Íbera Lakuerter, declarada Fiesta de Interés Turístico de Aragón en 2018. Su principal característica es la masiva participación de los vecinos, que se organizan en «clanes íberos» como el del toro, el del buitre o el del águila, y cobran un especial protagonismo en la fiesta.

En un recinto al aire libre habilitado para la ocasión se ubican estos clanes convirtiendo el espacio en un poblado íbero donde cientos de personas ataviadas con la indumentaria propia de los íberos conviven y comparten la cultura y las tradiciones íberas con los visitantes que se acercan a conocer la fiesta. Durante estos días también hay un mercado íbero, con más de medio centenar de puestos de venta donde se pueden adquirir productos agroalimentarios, artesanales y cosméticos naturales.

A lo largo de todo el fin de semana hay desfiles y representaciones tanto en el recinto de los clanes como por las calles centrales de Andorra. Estos corren a cargo de los distintos clanes, cuyos miembros realizan ensayos durante todo el año para que los actos se ajusten lo más posible a la historia y al mundo íbero. La ofrenda de vino y queso, la exaltación en honor a la diosa Epona, la lucha de gladiadores, el desfile de íberos y romanos, y la representación del rito funerario son algunas de las recreaciones que se pueden disfrutar. Además, se organizan actividades para los más pequeños como talleres de escritura y abalorios, juegos íberos y un taller de tiro con honda.