El debate sobre las macrogranjas, de la que ya estarán ustedes más que hartos, copó el debate público en las últimas semanas y dejó de manifiesto, una vez más, la mediocridad de nuestros políticos y el hooliganismo que tratan de trasladar a la población. Y, a veces, funciona. Ganadería sí o ganadería no. Esos eran los dos bandos de los que quisieron que tomáramos parte cuando, evidentemente, no se trataba de eso. Sus pueblos lo agradecerán.

Las granjas intensivas de porcino suponen el 3,5% del PIB aragonés y han ido creciendo a lo largo de los últimos 30 años de forma descontrolada. La Administración dirá que son diligentes en los controles, que cada vez hay más restricciones. Cierto, pero han llegado muy tarde, cuando hay once zonas saturadas por exceso de nitratos y cuando cada año crece el número de pozos de agua contaminados por los excedentes de este tipo de ganadería.

El ganadero sólo busca una forma de ganarse la vida en este mundo cada vez más hostil. Yo también defiendo la labor del ganadero. Pero, desde los gobiernos es necesario un poco de autocrítica y, sobre todo, un plan de futuro. El ‘cortoplacismo político’ en el que vivimos pronto nos pasará factura. Aquí también habría que pensar en la transición ecológica, de la que tanto se habla para la industria. Porque en un futuro quizá un organismo superior limite ciertas instalaciones y nos quedemos en bragas y, ¿qué haremos entonces?.

Lucía Peralta. Zorros y gazapos