Querido Mundo Rural:

¿Te habías dado cuenta alguna vez lo diferentes que suenan cada uno de tus pueblos? Sus gentes, su cultura, su lengua, sus tradiciones, su ritmo… Todos estos elementos destilan una musicalidad diferente para cada lugar, que tan solo es posible escuchar si se presta suficiente atención. Y es que hace días que no vuelvo a mi hogar, y esto ha provocado que por mi cabeza ronden recuerdos y momentos que tienen una melodía propia.

Siempre que pienso en mi tierra, en Maella, en mi mente repiquetean fuertes campanadas que marcan las horas y un agradable griterío procedente de las decenas de personas que se reúnen en las terrazas de los bares diariamente. También suena a jota, esa música popular que me acompañó durante toda mi infancia y que me vio crecer durante catorce años. Suena, además, al cantar de los pájaros al principio de la mañana, al motor de los tractores y, por supuesto, suena a los temas clásicos de una buena verbena de pueblo.

Mi hogar no es el único lugar que dibuja sonidos en mi mente, sino que existen otros dos lugares especiales en el mundo rural aragonés de los que puedo escuchar su música con tan solo imaginarlos. Uno de ellos ha estado hace poco en el punto de mira de los amantes de la enología. Hablo de Cretas, en la provincia de Teruel. A pesar de visitarlo no más de un par de veces al año, las escasas horas que paso allí generan multitud de sinfonías. Para mí, suena al chin chin de las copas cargadas de vino, la música medieval, las risas de los niños, a fiesta popular, a besos… Al calor familiar.

No obstante, también hay otro de tus lugares que, aunque se encuentra a muchos kilómetros de mi casa, resuena en mi mente sin poder sacármelo de la cabeza. El municipio oscense de Villanúa. Tengo escasos recuerdos, pero los pocos que guardo suenan al crujir de ramas esparcidas entre los bosques tras pisarlas, el sonido relajante de las gotas de agua al descender por una increíble cascada, los maullidos, los ladridos, y también el sonido de los grillos y cigarras.

Todos ellos son sonidos cotidianos, ruidos marginados e ignorados aunque, lejos de ser insignificantes, guardan una profunda carga emocional. Una vez que no los escuchas, los echas de menos y deseas añadir inmediatamente esas notas musicales a tu vida. Espero ansiosamente poder incorporar esos ritmos a mi vida.

Emma Falcón. Cartas al mundo rural