Cuánto echo de menos una charanga y una noche de orquesta en el pabellón sudando como un pollo, rodeada de amigos y de personas a las que aprecias pese a que compartes apenas una semana al año con ellas. Dos años ya sin patronales de Santo Domingo de Guzmán y de San Bartolomé -porque, sí señores, tengo la gran fortuna de descender de dos pueblos maravillosos de los que disfruto mucho más de lo que puedo explicar en esta columna- es demasiado tiempo. Pero todo sea por nuestra salud y la de los que nos rodean.

En esta primera semana de agosto, es inevitable recordar el himno de Ixo Rai «Como todos los meses de agosto…» y no sonreir; sentir cierta morriña por las pequeñas cosas que de verdad merecen la pena y que valoramos muy poco. Sobremesas en las peñas, penúltimos cubatas, comidas familiares, cumpleaños, siestas interminables, cigarros eternos…

Los pueblos nos dan la vida desde muy pequeños. Regresar a la ciudad en septiembre después de un largo verano en libertad entre la sierra de Castejón y el secano de Lécera para mí era un castigo; pasar de las noches de fresca al encierro en un piso de 70 metros, otro mucho peor. Las vueltas al cole llevaban consigo algo de dramatismo y no podía creer que algunos compañeros de clase -pocos, pero alguno había- habían pasado todo un largo verano en la cárcel en la que se había convertido la ciudad.

Hoy, con un hijo de dos años y medio disfrutando de las frescas, los amigos y la libertad, soy más consciente todavía de las ventajas de vivir en un pueblo y de la suerte que tenemos de poder hacerlo durante todo el año. Recuperar peñas, orquestas, charangas y cabezudos al próximo verano -que llegarán, no me cabe duda- no harán más que reforzar esta sensación.

En las últimas fiestas de San Bartolomé allá por 2019, a mi abuelo le homenajearon por ser una de las personas más mayores de su pueblo. Emocionado, no dudó en coger el micrófono y dirigir unas palabras al público demostrando la vitalidad y fuerza que, a sus casi 92 años, le caracterizaban. Hoy, mientras se recupera en el Clínico de un infarto cerebral, me vienen a la cabeza todas esas pequeñas cosas que de verdad valen la pena. Son 94 los que cumplirá este mes de agosto. Lo celebraremos sin charangas ni rancheras; sin sardinas rancias ni completas; pero con la certeza de que el próximo 24 de agosto de 2022 seremos uno más en la mesa.

María Quílez. Crónica B