Pendiente aún de hablarles de la generosidad de los sanitarios ejemplares, que tantas muestras de serenidad y valor nos han regalado estos días, me olvidé de narrarles en qué paró la historia de mi tatarabuelo, el «bardo» audaz e impertinente de «la puta de Berge» y lo hizo como cabía suponer, durmiendo aquella noche en «la chotera» por no hacerlo «a la fresca», con sus «nocherniegos» y animados convecinos, reflexionando sobre la mala «Dije digo, pero nunca Diego» cabeza que les llevó a aquel transporte de sincera y gratuita franqueza, mientras se disipaban los vapores etílicos de sus cabezas enfebrecidas. No sé si tuvieron ulteriores consecuencias las alegres expansiones sabatinas, pero sabido el talante de sus mayores no diría yo que escapasen sin una rotunda patada en el trasero.

Puntualizado ese extremo, me enorgullezco de ese colectivo de sanitarios que no ha dado ocasión al renuncio, a la enmienda o a la vacilación acomodaticia, previendo algún cambio de rumbo. Sobre todo porque he sabido que estos universitarios algunos jubilados y otros muy jóvenes, los técnicos, las enfermeras y los auxiliares, se han ofrecido desdeñando el riesgo y el peligro, alguno muy cierto como revelan las estadísticas, para ofrecerse a jugarse la vida sabiendo que no tenían más opciones que las de perder, para mitigar el sufrimiento de los otros. No importa que algunas sabandijas próximas al lodo y la cloaca se hayan infiltrado entre esta gente magnífica. Son el «patrón», la «ley» que permite medir la pureza de ese tesoro que luce con más brillo en contraste con los ejemplos que pudieran empañarla.

Es cierto que hay basura. Pero no seríamos humanos si no fuésemos capaces de sobreponernos a la miseria y sobrenadarla. «Esto es ser hombre -dijo Blas de Otero en un sonet-: horror a manos llenas. / Ser -y no ser- eternos, fugitivos. / ¡Angel con grandes alas de cadenas!»

Y he aquí que, mientras evoco esos estremecedores versos que contraponen el esplendor de las alas todopoderosas, solo imaginadas, con la gravidez de las cadenas que encadenan, y esos eslabones que contradicen la ligereza de las alas, surgen de las ventanas, de los balcones y de los muros, de cientos de sirenas, de bocinas y de ecos que proclaman no estar dormidos, que permanecen despiertos a la hora del último relevo por si algo sucede, para que nadie se sobresalte ni sorprenda ya que nadie dormía.

Jugábamos a estar aquí apostados, para que no nos sobrevenga lo malo impredecible, por sorpresa, mientras maduran las cosas, y sin retirarse aún el público de las ventanas, vuelvan los políticos que nadie ha logrado amortizar pese a su generalizado descrédito, porque saben ahora que pocos pueden sentar plaza de «científicos», pero muchos de «políticos» si saben esperar haciendo cola.

¡Así lo hemos ideado y de eso moriremos!

Darío Vidal