Este año los vencejos han llegado antes, los últimos días de marzo. Concretamente el 28 de ese mes un servidor tuvo la oportunidad de ver uno, solitario, volando alto, haciendo quiebros mientras cazaba insectos en el azul de la tarde. Un adelantado. Un viajero de largo recorrido. Un ave fascinante que desde que sale de su nido y empieza a volar por primera vez no se posará en el suelo, y por increíble que parezca comerá, vivirá e incluso dormirá en el aire. A veces no por verlos todos los días conocemos a todos los seres que nos rodean y que son como esos vecinos de toda la vida. Siempre hay facetas asombrosas y sorprendentes, y este caso, el de los vencejos, es buena muestra de ello.

En muchas ocasiones ni valoramos ni somos capaces de percibir lo extraordinario que es lo cotidiano, ni el milagro tan absoluto que resulta el mero hecho de que seres como estas aves que llegan con la primavera estén ahí y hayan sobrevivido a miles de kilómetros de vuelo ininterrumpidos y hayan sido capaces, pese a sus diminutos cuerpecillos, de dar media vuelta al mundo para sobrevivir y reproducirse. Si fuéramos todos capaces de valorar esto, otro gallo nos cantaría, no lo duden. Porque el respeto y la admiración son la base (o al menos uno de los pilares) de todo avance social y de no pocas maneras de vivir.

Muchas de las soluciones que buscamos, muchas de las respuestas que anhelamos las hemos tenido ahí siempre, siempre delante de nuestros ojos. Pero no las hemos sabido reconocer por soberbia o por falta de humildad. Por la costumbre de focalizar la atención allá donde no debemos. En lastres como la economía, las convenciones, el «qué dirán», la política o los medios informativos cómplices, que muchas veces informan de todo menos de lo que de verdad deberían informar.

Ayer o anteayer leía uno de los significados de la palabra «vintage»: todo aquello que sin ser antiguo, es añejo y ha adquirido valor añadido con el tiempo, como el vino. Volver la mirada hacia lo «vintage» es reconocer el valor de los tiempos pretéritos y los testimonios materiales que quedan de entonces, tal vez como muestra de desconfianza hacia lo pretendidamente nuevo, que no siempre tiene por qué ser mejor que lo anterior. Será porque la verdadera patria es la niñez de uno o por el afán conservacionista de uno, pero me identifico plenamente con esa forma de ver la vida. Y es que en contra de lo que parece, pese a que al ciclo de las estaciones también se le pueda calificar de «vintage», lo mismo que a las especies animales o vegetales, lo cierto es que hay mucho de innovación en esa Naturaleza que aún tenemos la dicha de tener y poder estudiar.

Seremos seres nuevos, en términos biológicos, pero nuestros genes, y los nuevos genes que aporten nuestros hijos, son los mismos que llevan miles, millones de años sobre este planeta sobreviviendo y abriéndose camino año tras año, siglo tras siglo. Y es que aunque sea vieja, y lleve milenios en marcha, la Vida, que damos siempre por hecha, es siempre algo muy nuevo y tremendamente hermoso. Feliz semana, y a más ver.

Álvaro Clavero