Hay pocas cosas que me generen tanta fascinación como ver las perseidas en las noches de agosto. Sin tener un noción alguna de astronomía, siento como todo mi cuerpo se eriza cada vez que el cielo prende en el momento en el que la nube de polvo del cometa 109P/Switch-Turtle entra en contacto con la atmósfera terrestre.

Así, mirando al cielo, pasaría todas mis noches estivales. Este año, coincidiendo con las medidas del plan de ahorro energético, fantaseaba con ver alguna lágrima de San Lorenzo en medio de la ciudad, típicos sueños de una noche de verano.

Alejándome de las luces y de la ola de calor que arrasa Zaragoza, traté de buscar en la madrugada un rincón parar mirar el espacio. Justo en este momento, me asaltó la idea de que algo tan puro como una noche estrellada puede dejar de ser real. Y no, no es un concepto filosófico. Desde el año 2018 en el espacio flotan una serie de satélites llamados «Starlink» de la empresa Space X, propiedad del multimillonario Elon Musk.

Se trata, según informa la empresa, de una flota de satélites que orbitan la Tierra con el objetivo de proveer de Internet a alta velocidad y bajas latencias a las zonas rurales y países del tercer mundo a bajo coste.

Además del alto coste económico que impediría su implementación en las zonas señaladas, esta flota imposibilitará ver las estrellas por la noche. Los astrónomos coinciden en que el avance de los satélites de Elon Musk supondrá el principio del fin de la noche.

Así me encontré, al principio del fin pensando que quizá vamos a ser la última generación que podrá disfrutar de un cielo estrellado real, así que, por lo que pueda suceder en la mente de Musk, disfrutemos de la lluvia de estrellas que se dilatará hasta la próxima semana.

Isabel Esteban