Querido Mundo Rural: Últimamente me he acordado mucho de cuando era pequeña. Recuerdo que mi madre me levantaba bien pronto para ir al cole y, como nunca he sido una amante de los despertares, remoloneaba sin parar en la cama. El reloj no marcaría más de las 8 de la mañana. En la calle tan solo se escuchaba el cantar de los pájaros, alguna conversación de las vecinas más madrugadoras que iban a comprar y el sonido de los tractores que se marchaban (o volvían) de sus quehaceres en el campo.
Luego iba al colegio y siempre, los jueves sobre las 9.30, ignoraba la lección cuando por las ventanas se colaba una melodía tan característica como la de «Desde Santurce a Bilbao», que anunciaba la llegada del mercadillo. Entonces mi mente comenzaba a canturrear la canción de las sardinitas que tanta gracia me hacía y que, aún a día de hoy, me provoca tanta ternura y nostalgia.
Sobre las 12 de la mañana, la torre del reloj de mi pueblo marcaba el fin de la mañana con la canción «Bendita y alabada sea». Así, todos los reunidos en la plaza tomando el café de la mañana, volvían a casa a preparar la comida. Para mí, era el indicador de que poco después, volvería a casa a comer.
Una hora después, una avalancha de zagales poníamos rumbo a casa, normalmente acompañados de nuestras madres. Yo aprovechaba ese momento para preguntar de manera constante a mi madre que era lo que había para comer. «Ya lo verás cuando lleguemos a casa», me respondía ella divertida por mi hambre impaciente.
En muchas ocasiones comíamos en casa de mis abuelos donde, después de calmar mi voracidad, me echaba la siesta con mi abuelo hasta que era el momento de volver al cole. Después de un par de horas más de conocimiento, volvía a casa para hacer deberes, jugar o bailar la jota.
Ahora que tengo 22 años y mi vida se mueve a un ritmo frenético, me doy cuenta de lo fascinante que era mi vida de pequeña. Sí, es obvio que cuando eres un niño no tienes más preocupaciones que las de divertirte y aprender, pero me he dado cuenta de lo maravilloso que es el ritmo pausado y relajado del mundo rural. Es una suerte haberme criado a fuego lento, creciendo poco a poco con mucho amor, calidez y amabilidad.
Nos vemos pronto mi querido Mundo Rural.
Emma Falcón. Cartas al mundo rural