En plenas ‘no-fiestas’ de Alcañiz la lógica dice que en este espacio debería recordar con nostalgia y melancolía los actos más representativos de los días grandes de mi pueblo: lamentos por las no-carrozas por aquí, quejas amargas por la no-subida a Pueyos por allá, ya saben. Que me quiten el carné de alcañizano pero no lo haré. En primer lugar porque nunca profesé especial ilusión por ningún acto en concreto, básicamente porque para mí las fiestas son sinónimo de reunión y disfrute con los amigos y da un poco igual en torno a qué se produzcan dichos encuentros. Y, en segundo lugar, porque el tema me parece tan banal como impepinable en los tiempos que corren (a la mascarilla que usan cada vez que salen de casa me remito).

Por ello vengo a hablarles de esa extraña sensación provocada por la disputa del Tour de Francia en septiembre. La carrera del verano por antonomasia que ahora terminará casi en otoño, sin el aire acondicionado como única herramienta para no quedarte pegado al sofá; sin pasillos humanos abriéndose ante los ciclistas en los grandes puertos (¡y que siga así!); sin parafernalias ni efemérides el 14 de julio con motivo del Día Nacional de Francia; y, no menos importante, sin el monopolio de ser el único gran evento deportivo del momento.

Este año el Tour pierde su principal sostén y lidiará con otras competicionespor primera vez desde que tengo uso de razón. Tengo especial curiosidad por ver el tratamiento mediático que recibe la carrera en España a partir de mañana: ya saben, vuelve La Liga y el fútbol acaparará todos los focos, ¿o acaso no es más importante todo un Eibar-Celta que la ronda gala?Mucho me temo que el ciclismo, que llegó a ser portada de Marca el 31 de julio, quedará relegado al ostracismo incluso en el que debería ser ‘su’ momento. Solo una improbable victoria a la heroica de un ciclista patrio podría salvar la cobertura en medios de este deporte. En fin, reflexiones sin mayor importancia que uno germina en época de ‘no-fiestas’. ¿Cuáles son las suyas?

Adrián Monserrate