Seguro que, en alguna ocasión alguien te ha dicho que no hagas payasadas. A pesar de que hoy se celebra el Día Internacional del Payaso con el fin de conmemorar el noble oficio de los maestros de la risa, la palabra «payaso» sigue teniendo una connotación muy negativa.

La realidad es que hoy, tanto el humor como los payasos pueden ser más importantes que nunca. La risa tiene ese poder de transformar nuestra realidad, algo que, hoy en día, es un valor muy importante. Sin embargo, seguimos mirando con superioridad a estos históricos bufones. Algo que, la verdad, no es de extrañar.

Históricamente, los bufones y payasos han sido un vehículo para la sátira y la burla del poder. Así, de una forma segura y artística, los maestros del ridículo podían desahogarse de manera segura. Y es que, el payaso vive de convertir en una fiesta las situaciones de fracaso. Esto, en una sociedad en la que el éxito, o más bien, la ocultación del fracaso es uno de los valores más importantes, los errores, la torpeza y el ridículo resultan incómodos, molestos.

La verdad es que, nos guste o no, todos somos payasos. Sí, somos vulnerables, fracasamos y aprendemos de ello (o no). Nos vestimos de manera estrafalaria, se nos va la mano con el maquillaje y, de vez en cuando, se nos pone roja la nariz.

Sí, hay más payasos de lo que creemos, o eso me gusta pensar. Sencillos. Como una peluca y un chiste fácil. Talento, simpatía, sencillez y, en definitiva, realidad. Estar, por un momento, alejados de competiciones y servidumbre y generar una carcajada fácil en nuestro entorno. Extravagantes, ruidosos e imperfectos. Hoy y siempre, los maestros del ridículo nos recuerdan la importancia de no ser perfectos, equivocarnos, pintarnos la cara de colores y reírnos con ironía de nuestro escenario.

Isabel Esteban. Las cosas que importan