El periodismo científico es la herramienta de la que disponen los ciudadanos para saber cómo es el mundo en el que viven y hacia donde se dirige. Contar qué pasa en el planeta de la ciencia o, mejor, cómo nos llega cada día, cada minuto, la tecnociencia, esa revolución que según explica Javier Echeverria, «implica un nuevo modo de hacer ciencia», es la tarea a la que nos dedicamos los periodistas científicos. Una buena parte de ellos nos reunimos estos días en Alcañiz en el curso «Comunicación y ciencia. Los divulgadores esenciales», dirigido por Eva Defior y organizado por la Universidad de Verano de Teruel-Fundación Antonio Gargallo y Grupo de Comunicación La Comarca.

Ese «nuevo modo de hacer ciencia», y las implicaciones que tiene para la ciudadanía, han de ser contadas de manera que se entiendan y, además, que resulten atractivas para los lectores. Ese es el reto del periodismo científico, y ha de hacerlo con las reglas habituales del oficio, es decir, obtener, recopilar, tratar, contextualizar y presentar informaciones, y hacerlo con veracidad y oportunidad. Es decir, hay que, como decía Chaves Nogales, andar y contar, pero andar por el planeta de la ciencia y contar para que lo entienda todo el mundo, aunque algunas veces se trate de asuntos complejos.

El periodismo científico y, en sentido más amplio, la comunicación de la ciencia, es decir, la actividad de todas aquellas personas que trabajan en universidades, centros de investigación, museos, empresas, y se dedican a hacer divulgación de la ciencia, o quienes la hacen posible trabajando con científicos y científicas, disponen hoy de múltiples herramientas para hacer su trabajo. Hoy el acceso a las fuentes de información, fundamental en todo el periodismo, pero aún más en el científico, es más rápido y sencillo que nunca pero, al mismo tiempo, se ejerce en el campo minado que es la comunicación hoy.

Las noticias falsas no son una novedad, pero sí lo es la velocidad a la que se transmiten. (También es nuevo esa necedad de nombrarlas en inglés, pero esa es otra epidemia, otra batalla.) Por eso cobra una importancia capital la especialización, en todos los periodismos, pero sin duda en el científico. El coronavirus fue una buena muestra de cómo las tontunas informativas pueden expandirse a gran velocidad si no hay expertos que saben cómo y dónde contrastar la información, que es la piedra angular de este negocio, contar verdades. Este curso es una buena muestra de lo que permite la especialización, que por sí sola no garantiza el trabajo impecable pero ayuda mucho a no meter la pata.

Y, además, en este mundo de estrellas y estrellados, tenemos que hacer el trabajo tratando de ser transparentes, con discreción, pensando solo los lectores y tal y como nos pide Philip Ball en su libro El peligroso encanto de lo invisible. Cuenta Ball que en el teatro japonés kabuki hay un gesto que indica «mirar a la luna», en el que un actor apunta hacia el cielo con el índice. Un actor ejecutaba este gesto con gracia y elegancia y el público pensaba: ‘¡qué movimiento tan hermoso!’. Otro actor hacía el mismo gesto, apuntando a la Luna y el público no notaba si se movía o no con elegancia; simplemente la veía. Y afirma Philip Ball: «Yo prefiero a este tipo de actor: el que muestra la Luna al público. El actor que sabe hacerse invisible». Una buena sugerencia para los comunicadores de la ciencia, mostrar la Luna, no el gesto elegante. Así debemos hacer nuestro trabajo, siendo invisibles, sabiendo cuáles son y haciendo visibles las lunas que a nuestros lectores y a nuestros oyentes les interesan, pero no el gesto, lo que, en este tiempo de excesos y gesticulaciones, no es sencillo.

Antonio Calvo Roy. Periodista científico