Domingo, nueve de la mañana. 72 horas después del inicio del temporal, el cielo da una tregua y deja de nevar. La mañana amanece fría, con espesores de 50 e incluso más centímetros en prácticamente toda la provincia de Teruel. Se avecina lo peor, las temidas heladas que convertirán los pueblos en auténticas pistas de patinaje. Llega la hora de armarse con el equipaje oficial para estas ocasiones: guantes, botas de agua o con goretex y una pala, lo más importante.

Por tercer día seguido toca retirar la nieve de los coches, otra vez alrededor de 15-20 centímetros que acaban en hielo cuando se llega a los cristales. También toca retirar la nieve alrededor del vehículo, que está estratégicamente aparcado en la plaza del pueblo, el lugar con mejor acceso a la carretera. El sonido de la pala rascando el suelo se convierte en la banda sonora de las calles y cada vez son más los vecinos dispuestos a echar una mano para terminar la faena.

Comienzan entonces conversaciones sobre Gloria y Filomena. El objetivo: discutir sobre qué temporal dejó más nieve en el pueblo. Una discusión que acaba cuando, a lo lejos, se escucha el motor de un tractor que, afortunadamente, llega a la plaza para comenzar a despejar la nieve de las calles principales del pueblo. El lunes hay que ir a trabajar. Mientras la nieve se amontona en las esquinas, muchos se preguntan dónde se habrá metido el alcalde. Ninguna noticia en los últimos días, muchas preguntas en el aire y ni un gramo de sal para combatir el hielo de las heladas de los próximos días. Él, sin embargo, es más partidario de quitar los adornos navideños. De la nieve y de ayudar, como decía Rajoy, «ya tal».

Pablo Marqués