Crecí escuchando relatos sobre la Guerra Civil española, que en nuestra infancia sustituían a los cuentos infantiles. El horror a la guerra, especialmente dura en Alcañiz y comarca, me caló hasta los huesos. De ahí nació una firme voluntad para cultivar una racionalidad orientada a deslegitimarla, a trabajar contra la guerra y la violencia. Al ver las imágenes de los bombardeos en Ucrania, recuerdo lo que contaban sobre el bombardeo de Alcañiz. Contaban cómo en la casa de mis abuelos, en la Ronda Belchite, todos habían bajado a refugiarse a la cuadra. Todos menos mi tía Eusebia. Ella, afectada por una enfermedad que sabía mortal y que le llevaría a una temprana muerte, se quedó mirando por la ventana mientras relataba: ‘están subiendo los aviones por la calle Mayor tirando bombas… todo el pueblo está ardiendo’. ¿Cómo no voy a proclamar que la guerra, no sólo esta guerra-invasión de Putin, nunca es la solución?

Una vez iniciada, cuando preguntan a los pacifistas qué hacer no tenemos respuesta. Sólo si no hubiera armas estaríamos en condiciones de igualdad para responder. Las armas son usables al día siguiente. Pero la cultura de paz no se cocina de la noche a la mañana. El pacifismo aboga por resistir a través de vías no-violentas, por apoyar a los disidentes, rusos en este caso y visibilizar sus protestas: emocionante la anciana Yelena Osipova siendo detenida con dos carteles contra la guerra: es mi tweet fijado, es la esperanza. ¿Y Europa? Tras las trágicas guerras mundiales, Europa construyó un entramado político-legislativo que asentó el periodo de paz más largo de su historia. ¿Qué ha sucedido para que ahora apueste por el regreso a las armas? ¿Han sido los errores cometidos frente a un dirigente con aspiraciones imperiales? ¿Ha sido la presión y/o maniobras de los negocios armamentísticos, poco interesados en soluciones pacíficas? Sí, todos tenemos muchas dudas de qué hacer, no hay salida fácil. Defendamos la legislación internacional, miremos los fallos propios. Señalar con el dedo a la parte contraria sólo agudiza la pelea. Hay que parar los bombardeos, desescalar las agresiones, y dar voz a rusos y ucranianos, a los hombres y mujeres de todo el mundo que no quieren la guerra. Y rechazar las armas. Es una convicción muy honda, que he compartido en otro lugar: las armas volverán a sumergirnos en la turbulencia histórica de matar y morir. Las armas no nos salvarán.

Carmen Magallón Portolés. Nuestro mundo en común. Fundación SIP y WILPF España