Ucrania continúa defendiéndose como puede de la invasión comandada desde Rusia por Putin, un mandatario peligroso que mantiene a su pueblo bajo un dominio represor. Lo que se nos muestra fundamentalmente es que resiste con las armas. No juzgamos esta respuesta. Según el artículo 51 del capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas, dedicado a la Acción en caso de amenazas a la paz, quebrantamientos de la paz o actos de agresión: «Ninguna disposición de esta Carta menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado contra un Miembro de las Naciones Unidas, hasta tanto que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz y la seguridad internacionales…». La legislación internacional, pues, otorga a los ucranianos el derecho a defenderse.

Dicho esto, digamos también que la defensa armada no lo ocupa todo. En uno y otro lado, se dan otras formas de resistir. En los primeros días, los ucranianos afrontaron a los invasores con cánticos y abucheos, y con sus cuerpos desarmados mantuvieron parados los convoyes militares; cambiaron las señales de tráfico de las carreteras para confundirlos, apelaron en distintos momentos al pasado común minando la moral de quienes les agredían. Del lado ruso, un gran número de figuras públicas, científicos, clérigos, artistas, feministas, arriesgaron su libertad para manifestar su oposición a las acciones de su gobierno. No restemos valor a estas formas de defensa civil, ni olvidemos la experiencia histórica acumulada en este terreno, por ejemplo, la que se dio ante la invasión franco-belga del Ruhr en 1924 o en Noruega y Dinamarca ante los nazis o en las antiguas repúblicas bálticas soviéticas -Estonia, Letonia y Lituania- para recuperar su independencia. Michael Randle las recoge en su libro Resistencia civil. Y hasta 198 formas de resistencia no-violenta menciona Gene Sharp de la Institución Albert Einstein, Boston.

En estos días, la evidencia empuja a pensar que sólo es posible defenderse con las armas. Pero la evidencia es construida, tanto por lo que se nos muestra en los medios como por lo que se visibiliza del pasado. Se necesita una transmisión más rica de cómo los pueblos se han defendido en ocasiones anteriores de agresiones armadas. Sin negar el poder de las armas, cuando el planeta puede ser destruido varias veces por el arsenal nuclear, más nos vale educar y cultivar las vías capaces de apelar a la humanidad del agresor.

Carmen Magallón. Nuestro mundo común. Fundación SIP y WILPF España