El «coronavirus» progresa imparable, con sus más y sus menos, y mientras sus pacientes encanecen de temor y de duda, la vida se ha convertido en una espera. Tal vez pensábamos que la existencia era un repertorio de posibilidades infinitas a las que teníamos franco acceso. Y no es eso. Nuestra audacia no nos ha convertido en dominadores sino en sonámbulos: seguimos soñando con inquietud y miedo, y esa pandemia no reduce la superficie de su vasto incremento. El pico de la cresta se ha convertido en meseta y la soñada esperanza, en acerada cautela. Un suceso acaecido hace poco más de un mes, parece remontarse a un siglo. Cuando salíamos, hacíamos, íbamos, veníamos y decidíamos, se han convertido en decisiones imposibles, y la casa, la ciudad y el mundo, en el reducto de un encierro ineludible y claustrofóbico.

Tal vez esto nos sirva para recuperar los sueños y no reducirnos al ámbito de lo factible o lo imposible: para achicar el mundo al espacio de lo prescrito, o hacer saltar por los aires el cauce de nuestros sueños hasta posibilitar lo imposible. Siendo optimistas, ésta es la alternativa a la que damos cara. Y tenemos que enfrentarnos audazmente al realismo.
A lo mejor los mas lúcidos somos los avezados a pensar y no los des-tinados a mandar, en general tan distintos y distantes de los hechos. Quienes piensan suelen admitir el lenguaje de los sucesos, mientras que Trump y Bolsonaro, Maduro y el presidente de Holanda, Marc Rutte y el de Mejico Lopez Obrador, por ejemplo, quieren imponer su Historia al rigor de la pandemia. Y estos días de luto, de encierro, de privaciones y de muerte, nos encerramos muchas veces para vivir otras vidas prestadas, llenas de congoja y angustia. Unas vidas que no nos sirven como alternativa a la subsistencia, porque al revés que en el tránsito del siglo XIX al XX, el miedo no se disfraza de «cabaret», copla y «charleston», sino de documentales de devastadoras guerras mundiales y campos de exterminio. Nadie sabe si esas sugestiones son para conjurarlas o para estimularlas. Pero lo cierto es que la degradación del Planeta, la lenta extinción de las especies, la acelerada mutación de ciertos seres, la amenaza de cambios impredecibles y alarmantes, el mutante arsenal bacteriológico confinado en secretos laboratorios de las grandes potencias presto a invadir nuestra existencia, el «chantage» nuclear con el que convivimos desde los cuarenta y la reciente invasión del «coronavirus» como un final de tercer acto, nos hacen temer lo peor. Han crecido otra vez las muertes.

Comencé a referirme a este suceso como a una broma. Pero el número de los afectados, los infectados y la aterradora cifra de muertos nos han mudado el semblante. Y aunque sabemos que el talante es consecuencia las más de las veces de los humores rebeldes del organismo montaraz y silvestre, que va y viene como «as oliñas do mar», hoy las noticias, el tiempo, el humor, los enfermos que no cesan y los vivos que se van, nos cierran el paso a la alegría.

Darío Vidal – Periodista