En estos días lleva unas cuantas cosas en la cabeza. Mayo ya avanza en su segunda quincena en un año se podría decir que extraño, de inflexión… ¿raro? Y Marisol Carod (Oliete, 1969) sigue pintando. Lo hacía antes del inicio del estado de alarma y lo sigue haciendo en Andorra, en su casa y estudio donde ha aprovechado estos días para terminar algún encargo y rematar un par de lienzos. Estos son en tamaño más pequeño a lo que acostumbra con el fin de tener obra en la recámara para exponer en espacios reducidos.
Está pendiente de varios proyectos aparcados de forma momentánea. En abril debía haber expuesto en el Museo del Louvre de París dentro de una muestra colectiva a través de una galería barcelonesa y en estos días en Samper de Calanda. París queda para octubre y Samper se cancela. «Veremos qué sucede más adelante, yo voy sacando obra adelante y haciendo lo que más me gusta y me llena que es pintar», dice. Su especialidad es el paisaje y más que al natural, pinta desde fotografía. Muchas las captura ella misma en sus paseos en el entorno que es su gran fuente de inspiración. Otras, las toma de fotógrafos amigos encantados de que esa imagen quede en lienzo.
No es para menos, porque el de Marisol es uno de los nombres que van asociados a la tierra. Sus pinceles han trazado -y siguen trazando- cada detalle de los paisajes de Oliete, de Andorra y más allá. «No suelo repetir pero con la Virgen del Cantal he hecho una excepción porque a la gente le gusta tenerla», sonríe. «Pero todas tienen algo distinto porque la fotografía no es la misma», advierte. El mar tampoco se le resiste, es un tema recurrente en su obra. Tampoco encargos variados si la fotografía le transmite. Recuerda una petición para un malagueño afincado en Zaragoza. «Las piedras y los árboles de mi tierra me los conozco… ¡pero los de Antequera no!», apunta antes de desvelar el desenlace: «Salió bien», ríe. «Es una satisfacción tremenda que el resultado te guste como autora y que haga disfrutar al público».
Inicios en la Casa de Cultura
Nunca pensó en la pintura como un oficio del que poder vivir, algo a lo que «llegan unos pocos». Aunque desde niña había mostrado dotes para el dibujo, tomó el camino de la peluquería como formación y abrió su negocio en Oliete. No aparcó su pasión que desarrolló de forma autodidacta hasta que se apuntó a dar clases en la Casa de Cultura de Andorra cuando se casó y cambió de residencia. Eso sí, las visitas a Oliete son frecuentes. Trabajó distintas técnicas hasta que descubrió el óleo y el entendimiento fue inmediato. Sus referencias familiares tienen mucho que ver con los trabajos artesanales. Asegura que su madre era «muy buena bordando y con los pirograbados» y su padre, agricultor de oficio, «dibujaba muy bien». En estos días extraños de esta primavera rara mucha gente ha acudido a las Artes. La creatividad en todas sus expresiones ha salido a relucir en muchas casas. Marisol empatiza con quienes han sentido esta necesidad porque para ella, en un momento de su vida, la pintura fue terapéutica. En un intervalo corto de tiempo perdió a sus padres y su hermano, persona que protagoniza el único retrato de su carrera. Eran sus «tres pilares» y entonces pintar se convirtió en una necesidad. «No sabría describir lo que me reportaba pero me reconfortaba».
Cuando comenzó a crear su propia obra encontró en los amaneceres sus grandes momentos. Ha ido creciendo como artista y desde invierno da algunas clases en su estudio, costumbre que retomará en cuanto sea posible, e imparte algunos talleres. Es miembro de la Asociación de Artistas Plásticos Goya Aragón, agrupación con la que expuso hace un año en el Auditorio de Zaragoza en la muestra grupal «Confluencias» sobre los ríos Sena y Ebro junto a una asociación de artistas franceses.
Las exposiciones individuales y colectivas son numerosas, especialmente en el territorio. «Tenemos una actividad muy viva: desde la Casa de Cultura con las clases hasta todas las iniciativas y artistas», dice. Ha participado en certámenes, entre ellos, las Bienales de la Comarca de Andorra-Sierra de Arcos y en el Museo Pablo Serrano de Crivillén se exhibe uno de sus cuadros. Blesa o Cañada son apellidos artísticos de peso arraigados a la zona y ha recibido buenas palabras de ambos para su obra.
Si fue propuesta para esta sección por José María Clemente, que desarrolló una investigación en geometría, ella menciona a María Pérez. «Tenemos artistas con cosas muy interesantes que decir y María es una de ellas a través de su pintura y su escultura», concluye.