La vuelta al cole, ineludible, ha llegado. Y coincide con la gota fría, con las lluvias torrenciales y mal repartidas en el territorio, con las catástrofes, y en medio de toda esa vorágine incombustible recuerdo la triste anécdota que creo haber contado en alguna ocasión: el día que en Ciudad Juárez no hubo ningún asesinato, ésa fue precisamente la noticia.

Ojalá que por otros lares no lleguemos al extremo de que sea noticia el día en el que no se dé ningún suceso, ninguna reyerta, ningún decomiso de marihuana y en definitiva ninguno de esos «hechos aislados» que ya han configurado un archipiélago por derecho propio.
Pero volviendo a la vuelta a la rutina, a los síndromes «postvacacionales» y a las lluvias más que torrenciales me aflige la situación por la que están pasando tantas y tantas localidades españolas, y lo que es peor, quienes viven en ellas.
Mi padre dice que el Planeta es un ser vivo y que los humanos somos el virus ante el que se defiende con este tipo de reacciones. Creo que la metáfora no puede ser más acertada. Lo grave es que pagan justos por pecadores, pues los males castigan a casi todos por igual.

La gota fría no es algo nuevo. Se trata de un fenómeno periódico que coincide con la primavera y el otoño en el Mediterráneo Occidental. Pero hacía tiempo que no se recordaba con tal virulencia.

Ahora se le llama DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos). Casualmente el nombre coincide con el de la agente Dana Scully de «Expediente X», pero sobre todo con el de la Diosa celta equivalente de Gaia o lo que es lo mismo, la Madre Tierra.

Resulta irónico que la Diosa Dana se defienda de los hombres enviando una DANA para recordarnos lo insignificantes que somos frente a la Naturaleza en la que vivimos. Pero así es y seguirá siendo.

Cierto que a veces no se construye en los sitios más indicados, tales como ramblas o cauces clausurados de los ríos. No quiero ni pensar en lo que ocurriría en Caspe si colapsaran el Dique de contención del Ebro o el del embalse del Guadalope con todas las viviendas edificadas en el lecho fluvial desecado.

Tampoco quiero imaginar lo que pasaría con las poblaciones construidas en la falda del Vesubio en caso de erupción. Lo que es indudable es que en caso de catástrofe tendrían todas las papeletas para desaparecer antes que cualquier otra construcción. Y aun sabiendo eso se ha construido donde no se debía.

Sin embargo muchos desastres naturales son difíciles de predecir con los medios actuales. A todos nos puede tocar esa peligrosa lotería y por ello, aparte de la previsión en todos los casos, poco más podemos hacer, aparte de esperar que amaine, porque el agua de las lluvias, ese agua tan necesaria en ocasiones y tan temible en otras va a terminar irremisiblemente en el mar sin poderse aprovechar durante los posteriores periodos de sequía que a buen seguro sufriremos.

Ojalá que termine pronto esta oleada de temporales en todos los sentidos de la palabra, y que la tranquilidad vuelva a instalarse en nuestras vidas. A quienes vuelvan de sus vacaciones les deseo ánimo y fuerza. Lo mismo que a la juventud que retorna a las aulas y a sus profes, que también van a necesitar mucha energía para finalizar todo el curso que tienen por delante. Y a todos ustedes, estimados lectores, les deseo lo mejor y que pasen una feliz semana. Hasta dentro de siete días, amigos.

Álvaro Clavero