El pasado 27 de agosto el BOE incluía la tramitación de los cuatro parques eólicos que vienen a invadir los horizontes del Matarraña y del Bajo Aragón. De esta forma vimos cómo se materializaba lo que ya no eran simples sospechas. Aunque en varias ocasiones los representantes de la empresa Capital Energy habían manifestado que, si el territorio estaba en contra, no tramitarían los proyectos, la realidad nos ha mostrado que una vez más, la apisonadora económica pasa por encima de la palabra, y que las promesas se las lleva el viento.

Ahora, finalizado el período de información pública, al Ministerio de Transición Ecológica le corresponderá decidir si lo que prevalece son los intereses de esa empresa, o los planteamientos de las alegaciones presentadas por los vecinos, ayuntamientos, empresarios y entidades.

Y en eso hemos trabajado incansablemente, en aportar argumentos lo suficientemente contundentes para desvirtuar los cantos de sirena con los que los estrategas de las empresas nos han rociado las orejas, a nosotros, pero también a las administraciones.

Sin embargo, si cambiamos la óptica, tenemos ante nosotros un interesante debate, más allá de la mera confrontación de argumentos. Es un pulso entre dos perspectivas económicas de ver y vivir la tierra. Por un lado, la mentalidad extractiva, que intenta sacar el máximo provecho de los recursos naturales y ambientales disponibles, priorizando la obtención de ingresos por encima de los criterios de la sostenibilidad. Y por otro, y por contraposición, la mentalidad generativa, que aparte de generar ingresos, pretende un impacto positivo en la sociedad y el medio ambiente.

Hace más de veinte años que en la comarca del Matarraña, este debate tiene cada vez menos recorrido. La Carta del Paisaje fue una herramienta fundamental para sentar las bases de lo que debe ser un territorio sostenible, y poco a poco, las iniciativas empresariales van adaptándose, con muchos esfuerzos, hacia ese impacto en positivo. Vamos bien encaminados, con la proliferación de cada vez más productores ecológicos que buscan productos de calidad y que respeten el entorno, y de establecimientos comerciales que venden a los consumidores de proximidad. Y en la misma línea, cada vez hay más restaurantes y hoteles que apuestan por hacer las cosas bien. Y todo esto tiene un retorno muy importante para el Matarraña, ya que nos ha posicionado como un bello lugar, pero donde, además, las cosas se intentan hacer bien.

En el otro plato de la balanza sólo nos ponen los ingresos que deben recibir los ayuntamientos y los pocos propietarios. Y aquí ya no caben ni la sostenibilidad, ni las oportunidades de prosperidad. Porque estas empresas no vienen a aportar ningún tipo de proyección empresarial a la zona, ni incorporan ningún tipo de industria. Buscan monetizar nuestros horizontes, y como buenos empresarios, llevarse la mayor tajada. Lo que conlleva que alguien deje de ganar, en este caso, la gente del territorio.

Ante esta diatriba, el sentido común no suele hacer concesiones, por lo que el grito a favor de la defensa de los paisajes y en contra de estos macroproyectos de masificación eólica se ha expandido con mucha facilidad entre la gente de los pueblos. Aparte de la gran cantidad de argumentos que hayan podido ir surgiendo, lo que predomina es el sentido común y el aprecio por la tierra.
Por este motivo, el hecho de que la propia Comarca del Matarraña, más los ayuntamientos de Fórnoles, Ráfales, La Portellada, La Fresneda, la Torre del Comte, Valjunquera, Valdeltormo, Calaceite, Valdealgorfa y Fabara, hayan dicho NO a estos proyectos, no deja de ser una evidente consolidación de esta perspectiva generativa que busca inversiones y estrategias que impacten positivamente en nuestros pueblos, en nuestros entornos y en nuestra gente.

El órdago sigue, pues también habrá que plantear cómo afrontar otros tipos de masificaciones igualmente funestas, como la turística o la porcina. Porque la sostenibilidad que queremos llevar adelante también pasa por regularlas.

Juanjo Pérez – Asociación Gent del Matarranya