Hace ya más de seis años que en el seno de las Naciones Unidas se acordaron los Objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS) como un compromiso de los países miembros por un mundo mejor. Aparentemente, este objetivo es utópico y, por tanto, inalcanzable, pero nada más lejos de la realidad, ya que está en la mano de todos nosotros contribuir para alcanzar las metas descritas en los 17 ODS.

En esta reflexión compartida me gustaría enlazar varios ODS sobre la perspectiva de una actividad económica, las energías renovables, ya que uno de los ODS se centra en exclusiva en ello: ODS7. Energía asequible y no contaminante.

Se podría decir que los habitantes privilegiados del Primer Mundo podemos tener en su gran mayoría cubierta la primera parte del objetivo, ya que ninguno de nosotros concebimos la situación de llegar a casa y no tener luz, agua caliente o calefacción en nuestros hogares. Esta afirmación que parece obvia no lo es tanto, ya que en 2016 se promulgó la ley aragonesa contra la pobreza energética que, en su preámbulo, cifraba en 6.000 los hogares que eran incapaces de pagar una cantidad de servicios de energía suficiente para satisfacer sus necesidades domésticas.

El reciente informe de Indicadores de pobreza energética en España 2020, publicado por la Cátedra de Energía y Pobreza de la Universidad Pontificia Comillas, revela un «notable empeoramiento desde la perspectiva del confort térmico percibido en el hogar o en el retraso de las facturas». El estudio revela un porcentaje de pobreza energética de un 21% de los hogares.

Según los expertos en el sector, la sociedad está lanzada a pagar un coste energético mayor que el actual durante un tiempo suficientemente largo como para que las cifras de pobreza energética se disparen. Y muchas voces cualificadas determinan como las piezas clave del encarecimiento desmesurado de la energía dos aspectos; el alto precio del gas y el incremento de precio de los derechos de emisión de CO2.

Si se tiene claramente identificado el problema, ¿por qué no se corrige? A mí que me gusta siempre pensar en alternativas y soluciones a los problemas, en lugar de revolcarme en el fango dialéctico de quién tiene la culpa, creo que la solución al problema energético es aparentemente sencilla: si la energía se encarece por la dependencia del gas y el precio de los derechos de emisión, impulsemos decididamente las energías renovables en todas sus formas de utilización para abaratar el coste total de la energía.

Las energías renovables no son una opción más, sino que son una clara necesidad, una exigencia si queremos un futuro con energía asequible y no contaminante. La iniciativa económica y el interés inversor ha demostrado que atrás quedaron los años en que la dudosa rentabilidad de las renovables obligaba a las administraciones a buscar incentivos.

Ya no solo debemos impulsar proyectos que generen energía renovable para combatir el evidente cambio climático, sino que lo tenemos que hacer para, de una forma egoísta, pagar menos por nuestra factura eléctrica.

Desde la perspectiva de varios ODS, podemos abordar el sector de las energías renovables y ampliar el foco, pero me quiero centrar en el principio establecido en la taxonomía de la sostenibilidad europea: para que algo sea sostenible, no tiene que generar un daño ambiental significativo.

Mucho se está hablando sobre dónde ubicar las instalaciones de energías renovables, qué daños o impactos generan, y cómo superar el eslogan de «renovables sí, pero no así». Recientemente hemos presentado junto al Clúster de la Energía de Aragón, un estudio de impacto ambiental y social de las energías renovables eólica y fotovoltaica a nivel industrial en Aragón, en el que reflejábamos cómo todos los proyectos que están en tramitación en el Gobierno de Aragón y el Ministerio pueden multiplicar por cinco la potencia instalada, con una ocupación del 0,6% de la superficie de Aragón.

Detrás de todo proyecto presentado existe un análisis ambiental y social en el entorno donde se genera, y la sociedad en su conjunto debería exigir a los promotores de loa proyectos mejores desempeños ambientales y sociales. Los promotores deben escuchar y atender al territorio. Y en este punto las consultoras de sostenibilidad ambiental y social tenemos que aportar nuestro valor y profesionalidad en pro de la consecución de los objetivos compartidos a nivel local por promotores, vecinos y ayuntamientos, y también a nivel global, consiguiendo la neutralidad climática.

En economía, se conoce como eficiencia de Pareto aquella asignación de recursos que es capaz de mejorar la situación de un individuo de un colectivo sin que el resto se vea perjudicado; por ello, para que exista un verdadero pacto por la energía en un territorio se debe aspirar a alcanzar el óptimo de Pareto en sus formulaciones, entendiendo que el desarrollo sostenible debe armonizar e integrar los proyectos con el territorio que los sostiene.

Debemos superar las posiciones «NIMBY» («Not In My Back Yard»: no en mi patio trasero) ya que esta actitud de estar a favor de alguna posición, pero siempre que la veamos lejana, indeterminada y etérea, pero no si está aquí cerca, obliga a tomar acciones y medidas que alteren nuestra realidad.

Cada uno de nosotros debemos aspirar a un mundo mejor, sabiendo que para que ello ocurra deben producirse cambios, y éstos deben ir acompaños de un dialogo sincero y transparente de las partes implicadas en él. Renunciar definitivamente a una sociedad de alternativas suma cero (lo que ganan unos lo pierden otros): hay que impulsar un esquema de sociedad que busque en cada problema una solución que se aproxime, lo máximo posible, a nuestro propio óptimo de Pareto.

Jesús Alijarde. Economista. Director general de IBERSYD