Alfred Nobel, químico e ingeniero, inventor de la dinamita, escribió su testamento en Paris, el 27 de noviembre de 1895. De acuerdo con su última voluntad se creó una Fundación para administrar todos sus bienes, y con sus intereses se recompensa anualmente a las cinco personalidades que el año anterior hayan prestado a la Humanidad los mayores servicios. Dispuso que uno de los cinco premios se adjudicara a «quien haya laborado más y mejor en la obra de la fraternidad de los pueblos, a favor de la supresión o reducción de los ejércitos permanentes y en pro de la formación y propagación de Congresos de Paz». Este premio lo debía decidir el Parlamento Noruego.

Como todos los parlamentos, está formado por representantes de partidos políticos que han tenido interpretaciones de la voluntad de Nobel con poco respeto a sus deseos. Si repasamos la lista de las personas galardonadas con el Premio, encontraremos casos tan absurdos como el del presidente americano Barack Obama, quien recibió el premio Nobel de la Paz en 2009 casi como regalo de bienvenida a la Casa Blanca, y que pasó cada día de sus dos mandatos en guerra. Nunca se ha concedido el Premio Nobel de la Paz a un personaje cuya obra haya sido la de reducir los ejércitos y sus armamentos permanentemente.

Por ello, desde 1991, y con un afán didáctico, se creó un Comité alternativo que concede los premios IG Nobel. IG procede de la palabra inglesa ignoble que en español se escribe y significa innoble. Cada año concede también sus «Premios a la Paz» y por citar un par de casos diremos que en 1996 se concedió a Jacques Chirac, Presidente de Francia, por celebrar el 50 aniversario de Hiroshima realizando pruebas atómicas en el Pacífico». Y en 2007 se adjudicó al Laboratorio de la Fuerza Aérea, en Dayton (Ohio), que estudió la posibilidad de fabricar una Bomba Gay para provocar la homosexualidad en el enemigo y con ello minar la moral y la disciplina de las tropas.

Para «honrar» la Paz, nos hemos acostumbrado a la absurda práctica de bendecir a los que van a matar o van a morir. Pensando en estas cosas, me ha venido a la memoria la Oración de Guerra que compuso Mark Twain en condena del patriotismo ciego de los soldados americanos que participaron en la Guerra Hispano-estadounidense en Cuba y Filipinas en 1898.

«Oh Señor, Padre nuestro, nuestros jóvenes patriotas, ídolos de nuestros corazones, se dirigen al frente de batalla — ¡no te apartes de su lado! Desde la dulce paz de nuestros hogares nosotros los acompañamos —en espíritu— a aplastar al enemigo.

¡Oh Dios, nuestro Señor, ayúdanos a destrozar sus soldados y convertirlos en despojos sangrientos, ayúdanos a cubrir sus campos sonrientes con las pálidas formas de sus patriotas muertos, ayúdanos a ahogar el tronar de los cañones con los gemidos de sus heridos retorciéndose de dolor, ayúdanos a destruir con un huracán de fuego sus humildes moradas, ayúdanos a estrangular los corazones de sus inocentes viudas con dolor inconsolable, ayúdanos a dejarlas sin techo con sus pequeños para que anden solas y perdidas por el desolado país vestidos de harapos, hambrientos y sedientos, sufriendo las llamas del sol en verano y los helados vientos en invierno, con el espíritu roto, hundidos de sufrimiento, implorándote les des la muerte y siéndoles negado este descanso te pedimos lo hagas por nosotros que te adoramos.

Te lo pedimos en espíritu de amor, a ti que eres la fuente del amor y fiel refugio y amigo de todos los que están cansados y buscan tu ayuda con corazones humildes y contritos. Amén.» Me parece que los europeos de hoy necesitamos la aún no escrita Oración de Paz, pero no se me ocurre a quien podríamos hacerle el encargo.

Antonio Germán. Ingeniero y empresario