La política se ha mantenido al margen de las relaciones vecinales en los pueblos limítrofes entre Cataluña y Aragón en los últimos años, incluso a pesar de que municipios muy cercanos estuviesen gobernados por partidos con líneas políticas antagónicas. Es el caso, por ejemplo, de Valderrobres, gobernado con mayoría absoluta por el Partido Popular, y Arnes, gobernado por CIU y con ERC como segunda fuerza. Hemos visto cómo han sabido convivir y compartir proyectos, ligas de fútbol, iniciativas turísticas o culturales. El Matarraña está integrado en el proyecto «Tres Territoris, una mateixa tera» (Tres Territorios, una misma tierra) con Terra Alta y Morella; también con otras iniciativas de la Taula del Senia, y la política ha quedado al margen hasta ahora. El carácter noble y concorde de los aragoneses ha sabido dejar bien al margen la lucha política sinsentido, al margen de la democracia, que han emprendido los independentistas en los últimos años, llegando hasta el punto del actual esperpento. Sin embargo, en las últimas semanas hemos visto cómo se dibujaban unas enormes tijeras en la carretera T-333 y A-231 entre la capital matarrañense y la provincia de Tarragona, y el viernes se cortó la carretera durante tres cuartos de hora. Varias decenas de personas con pancartas pedían libertad para los consejeros que la Audiencia Nacional envió a prisión el jueves. Pese a que quienes respaldan este tipo de actos de boicot no sean una mayoría catalana, los vecinos de Aragón se han sentido molestos y lo verbalizan por primera vez en mucho tiempo con preocupación. Que el alcalde del pueblo vecino de Arnes no haya condenado los hechos sino que los aplauda pone en serio riesgo la buena convivencia existente hasta ahora. Esta carretera, además, es autonómica y poco tiene que ver con las decisiones que toma el Gobierno Central. El Matarraña teme pagar los platos rotos del conflicto catalán. No debería ser así, pero entrar en el juego del conflicto, el boicot y el enfrentamiento solo puede llevar a pérdidas económicas y también de capital humano. Cabe apelar a los vínculos históricos y a los valores que unen a ambas comunidades. Los habitantes de la zona oriental de Aragón deben mantenerse, como hasta ahora, y sin perder su carácter, en la línea de nobleza y buena vecindad que nos ha caracterizado hasta ahora.