2019 será recordado, entre otras muchas cosas, por ser el año en el que más se ha hablado de despoblación, aunque haya sido con escasos avances de contención y mucho menos, reversión. Algunos llevan (y llevamos) muchos años intentando ponerle freno, trabajando día a día en el medio rural pero, otros, parece que se han dado cuenta ahora de que esto de que se queden los pueblos vacíos puede ser un problemón.

La despoblación está causada por el éxodo masivo de los pobladores del medio rural al urbano prolongado en el tiempo. Sin embargo, la acuñación del término «vaciada» implica un responsable, un culpable de ese vaciado. Entonces… ¿quiénes son esos responsables? Unos dirán que los políticos que durante décadas han dirigido las grandes infraestructuras e inversiones a las comunidades más reivindicativas, demandando mano de obra en ellas y expulsando a los habitantes de un medio rural asolado por la falta de oportunidades. Otros apuntarán, sin dudarlo, a los que viven en las ciudades y legislan sin saber lo que es un pueblo más allá de las películas de Martínez Soria donde se dibujaba un mundo rural atrasado y folclórico. Habrá quien dirá que son aquellos que se han marchado, movidos por esa idea que flota en el ideario colectivo de algunos de que quedarse en el pueblo es de perdedores sin aspiraciones. Porque… ¿Cuántas veces hemos oído: «tú estudia y vete de aquí»? o «En la ciudad se gana más».

Seguramente, de seguir así, encontraríamos un buen número de culpables con mayor o menor responsabilidad y automáticamente los que nos quedamos pareceremos víctimas maltratadas por los que se van, nos ignoran o nos desdeñan. Habrá que tener cuidado y no caer en el resguardo de la compasión ajena que nos haga mimetizarnos de forma perenne con el papel de víctima porque eso conduce a la inacción absoluta.

Entonces ¿la despoblación es cuestión impuesta o resultado de la suma de muchos procesos de elección? Probablemente sea la consecuencia de una tendencia global agravada por un gusto movido por la moda del momento en el que «lo más» era vivir en la ciudad. Para elegir entre pueblo o ciudad, tenemos en cuenta tres cuestiones: las posibilidades de empleo, de ocio y de servicios públicos. Y es aquí donde las administraciones tenemos que incidir para garantizar el acceso a los mismos y así la igualdad de oportunidades a todos los ciudadanos. Internet, las comunicaciones y los recursos endógenos son nuestros aliados.

Por lo tanto, existen dos modelos de futuro. La Europa de las ciudades en la que los pueblos sean meras recreaciones teatralizadas de fin de semana o la Europa de los pueblos en los que sepamos aprovechar las ventajas de vivir en un pueblo evitando sufrir los problemas de una ciudad (contaminación, atascos, masificación, despersonalización de las relaciones humanas, falta de espacio, etc.). Además, las comunicaciones nos permiten seguir disfrutando de las posibilidades de ocio de la playa o las ciudades en muy poco tiempo de desplazamiento, por lo que dónde vivir no excluye poder disfrutar de otros lugares.

Los que amamos a nuestros pueblos y nos sentimos orgullosos de ellos, tenemos que saber hablar de la España rural en positivo: el tiempo, el espacio, la seguridad, la proximidad de la naturaleza, la escasa contaminación, la familiaridad con los vecinos, el precio de la vivienda, las posibilidades de ocio rural… ventajas todas poco puestas en valor.

Así que, si crees en tu pueblo, se valiente y quédate, o vuelve, si ya te has ido. Despójate de condicionantes de modas trasnochadas, libérate de cualquier determinismo sociocultural, trabaja para que puedas elegir con igualdad de oportunidades reales. Si todos los que pensamos así nos unimos para conseguir que los pueblos renazcan, habrá empleo y con ello, servicios. La elección está en tus manos y el poder de construir el futuro como tú lo has soñado, también.


Isabel Arnas
– Alcaldesa de Albalate del Arzobispo (PP)