«Cuento los imperios que he visto derrumbarse a lo largo de mi vida. El imperio zarista, el austrohúngaro, el otomano y el imperio nazi. Queda el mío, mi imperio de sesenta y cuatro casillas».
Quien esto escribió, afectuosos lectores, fue Alexander Alekhine. Ruso nacionalizado francés y uno de los más grandes jugadores de ajedrez de todos los tiempos. Fue conocido como «el sádico del ajedrez» y el compositor Schonberg lo describió como «más inmoral que Richard Wagner y que Jack el Destripador». Fue consagrado por el zar Nicolás II, quien le regaló un jarrón de porcelana que llevaba a todas partes; fue perseguido por Stalin y, quizá, mandado asesinar por él; fue colaborador y esbirro de Goebbels, protegido de Franco y Salazar; se bebió la fortuna de sus cuatro mujeres; pero, ante todo, fue campeón del mundo, y murió siendo campeón del mundo de ajedrez.
Ahora, su vida, tan fascinante como el mejor «thriller», nos la literaturiza el escritor francés ARTHUR LARRUE en una apasionante y memorable novela, publicada en España por la editorial Alfaguara y que lleva por título: «LA DIAGONAL ALEKHINE».
La novela arranca en 1939, cuando el protagonista, que ya tiene 47 años y ya es campeón mundial, abandona Sudamérica para regresar a una Europa en la que acaba de estallar la II Guerra Mundial. A sus espaldas no sólo deja una larga serie de éxitos en los torneos de ajedrez, sino también una vida de hoteles de lujo -y de abusos alcohólicos- tan sólo empañada por las presiones que recibe para que conceda la revancha a quien arrebató el título en 1927: J.R. Capablanca. Alekhine siempre se la negó, algunos dijeron que por miedo.
Cuando los nazis entraron en Francia, Alekhine temió que se adueñaran de la inmensa fortuna de su cuarta esposa, por lo que en 1941 aceptó no solo competir bajo la bandera germana sino también dedicarse activamente a la promoción de la supuesta supremacía intelectual alemana. Con ese fin publicó una serie de artículos en los que hablaba de la diferencia entre el ajedrez ario y el judío; el uno, aseguraba, era valiente, mientras que el otro era cobarde y, por tanto, deshonroso.
Con posterioridad lamentó públicamente la escritura de esos textos, alegando que había sido forzado por la Gestapo. Sin embargo, eso no impidió que, tras la derrota de Hitler, se viera obigado a ver cómo torneos de todo el mundo vetaban su participación pese a ser el campeón.
El alcohol y los remordimientos no tardaron en destrozar física y psíquicamente al maestro que, además, empieza a acusar la locura que suele asaltar a quien tiene una actividad cerebral excesiva. Entre otros delirios, cree recibir visitas de los fantasmas de Spielmann, de Rubinstein y otros ajedrecistas judíos exterminados por los nazis.
Decidió refugiarse durante un tiempo en España -hay quien asegura que trabajó como espía para Franco-, y después se instaló en Portugal, en Estoril. Allí, en la habitación de su hotel, apareció muerto en la mañana del 25 de marzo de 1946, tenía 53 años. Entre la muchas teorías de su asesinato están las de la resistencia francesa o las de Stalin. Pero, tal y como lo describe LARRUE, en todo caso, aquel hombre ya llevaba mucho tiempo reducido a escombros; aunque seguía siendo el campeón.
Una novela, en definitiva, apasionante y emocionante que, aunque no sepáis lo más mínimo de ajedrez, os enamorará.
Miguel Ibáñez. Librería en Alcañiz