Thomas Lynch (1948) es poeta, un buen y reconocido poeta norteamericano. Pero, como ya se sabe, de la poesía no se puede vivir; y la mayoría de los poetas escriben novelas o artículos de opinión o dan conferencias…, algunos pocos siguen trabajando. Este es el caso de Lynch : nunca ha dejado su maravilloso trabajo que, según él, tantas satisfacciones le ha dado. Y es que Lynch es enterrador.
Pero vayamos por partes. Thomas Lynch, descendiente de irlandeses, heredó el oficio y el negocio de su padre: una funeraria en la ciudad de Milford (aunque a él le gusta que le llamen «el enterrador»: «Todos los años entierro a unos doscientos vecinos y llevo al crematorio a otras dos o tres docenas». Un oficio tan viejo como la humanidad y que para él no es nada sórdido. Por el contrario, la cercanía con la muerte lo ha llenado de sabiduría y lo ha vinculado más intensamente con la vida: «el significado de la vida está ligado, de manera inextricable, al significado de la muerte». También se dio cuenta de que nuestra sociedad está expulsando de la casa sus acontecimientos básicos: el nacimiento, el matrimonio, la enfermedad, la muerte: todo se celebra fuera de casa. Ya los muertos no se amortajan en el salón familiar sino en la funeraria. Al sacar a los muertos de casa se hizo de la muerte un acto vergonzoso. Los muertos son ahora un fastidio: «Fuera de la vista, de la mente… Oprimir el botón, tirar de la cadena, seguir con la vida».
Por todo ello, un día de 1997, decidió escribir un libro, entre ensayo y narrativa, que explicara todos esos sentimientos, reflexiones y anécdotas que han convivido con él y con su oficio: «EL ENTERRADOR» (que acaba de reeditar Alfaguara con una maravillosa traducción de Adriana de la Espriella). Un libro, en verdad, inaudito y tierno, sorprendente y elocuente, que nos atrapa, nos instruye y nos ilumina acerca de cómo vivimos, morimos y, sobre todo, amamos.
Para su sorpresa, lo que empezó como un entretenimiento se convirtió en un éxito fulgurante. Todos los medios hablaban de este libro, fue traducido a numerosos idiomas, consiguió varios premios importantes -entre ellos el American Book Award-…, e incluso descubrió que lo llamaban «maestro de la forma ensayística».
Son, pues, doce piezas escritas con gran lucidez y prosa notable, en donde el autor nos habla de su familia y amigos, de la sociedad actual, de la América cotemporánea…, relata el entierro de su padre y otras conmovedoras anécdotas que ha ido acumulando durante su largo oficio de «enterrador». Y, aunque se trata de un libro lleno de amor y de piedad hacia la condición humana, no está exento, ni mucho menos, de una marcada ironía y un buen humor «negro».
«EL ENTERRADOR» no ha perdido ni pizca de actualidad en todo este tiempo, por ello he creído conveniente empezar este año con él: recomendando su lectura para que recordemos que «polvo somos y en polvo nos convertiremos». Aunque, he de reconocer que es uno de los libros más revitalizantes que se pueden leer ahora.
Miguel Ibáñez. Librería en Alcañiz