Hubo una mujer, hace ya siglos de por medio, tan sumamente excepcional, tan genial en todos los aspectos que pasó a ser santa, aunque, la verdad, bien pudo haber acabado abrasada sobre la hoguera acusada de brujería. Porque su inventiva, creatividad e ingenio desvocado fueron tantos que no casaba muy bien con su tiempo. Su origen noble y sus padrinos de alta alcurnia evitaron, quizás, que su vida finalizara entre llamas por atreverse a desafiar la moral y la ciencia de aquella época. Es, sin duda, una de las figuras femeninas más importantes y, también, más desconocidas de la historia. Su nombre: Hildegarda de Bingen.
Para subsanar este olvido, la escritora y poeta danesa ANNE LISE MARSTRAND-JORGENSEN ha escrito un libro bellísimo, una novela histórica conmovedora, apasionante y muy original en torno a esta inolvidable mujer: «HILDEGARDA», publicada por la editorial Lumen.
Hildegarda de Bingen nació en Bermersheim, en el sur de Alemania, en 1908, durante el Sacro Imperio Romano Germánico. Frágil y enferma, los asistentes al parto vaticinaron que no pasaría de la noche. Pero sobrevivió, y este fue el primero de los hitos de su prodigiosa existencia. Desde muy pequeña tuvo visiones: «una luz tal que mi alma temblaba», en ella se representaban imágenes y colores acompañados de una voz que le explicaba lo que veía y, a veces, con música. La familia, asustada, la recluyó en un convento bajo la regla de san Benito. Pronto, al dar muestra de una inteligencia y cultura fuera de lo común, y a pesar de su juventud, fue nombrada abadesa.
Escribió su primer libro a la edad de 42 años, llamado «Scivias», en donde explicaba sus experiencias visionarias. Pero también escribió poesía mística y compuso música (setenta y ocho obras); y libros de medicina natural sobre el origen de las enfermedades y su tratamiento; y sobre las propiedades curativas de las plantas, árboles, animales y metales; e incluso fue la primera en escribir sobre el orgasmo femenino; e incluso inventó la cerveza tal y como hoy se fabrica, al añadirle el lúpulo; e incluso ideó una lengua artificial («Lingua ignota»), la primera de la historia, aunque no se sabe el motivo por el que lo hizo; creó también su propia orden de religiosas vestidas de blanco y sin velo, que durante las oraciones bailaban en círculo con flores en el pelo; se codeó con la nobleza y arriesgó su vida desafiando a la Iglesia y hasta el emperador Barbarroja (aunque dicen las crónicas que el emperador, que la invitó a una entrevista, quedó tan deslumbrado por su fuerza y caracter que le ofreció su protección de por vida).
Esta monja, a la que sus miles de seguidores apodarían la Sibila del Rin, ha sido, poco a poco, reconocida en toda su sabiduría y valor.
La Iglesia admitió la relevancia que ha supuesto para ella canonizándola, comparándola con San Agustín y nombrándola, junto a Santa Teresa de Avila y la madre Teresa de Calcuta, la tríada de mujeres más importantes en su historia. Y, como nota curiosa, decir el hombre científico actual ha puesto su nombre a un asteroide y a un crater lunar.
Bueno, santos lectores, de seguro que este libro intenso y excepcional, no os dejará indiferentes. Su lectura es toda un experiencia, por su delicada prosa y por la conmovedora historia de esta mujer irrepetible.
El 17 de septiembre de 1179, a los 81 años de edad, murió Hildegarda. Las crónicas cuentan que a la hora de su muerte aparecieron dos arcos muy brillantes que formaban una cruz en el cielo.
Miguel Ibáñez. Librería en Alcañiz