Rusia interior, años treinta. Vóschev acaba de ser despedido de su trabajo e inicia un viaje hasta encontrar uno nuevo en una zona en la que se van a excavar los cimientos de un inmenso edificio: una casa palaciega para el futuro perfecto socialista. Los trabajadores se entregan de manera abnegada y optimista a la dureza del trabajo, pero las cosas no salen como pensaban: cuanto más duro trabajan y más profundamente cavan, más cosas salen mal y el sitio se asemeja más a una inmensa tumba. Esta progresiva desilusión hace que los trabajadores empiezen a dudar del ingenuo entusiasmo que les transmiten los apasionados de la Revolución.
Este es, admirables lectores, el breve resumen de «LA ZANJA», una las más grandes novelas rusas de todos los tiempos. Y, junto con «Chevengur», la mejor de su autor: el gran ANDRÉI PLATÓNOV (1899-1951) -algunos dicen que después de Shólojov es el último gran clásico de las letras rusas-.
La vida de PLATÓNOV viene a ser el relato de un talento literario único dramáticamente cercenado por Stalin, que lo persiguió y lo marginó, haciéndole acabar sus días como conserje de la Unión de Escritores -de la cual llegó a ser miembro-: alcoholizado, tuberculoso, pobre y en el más absoluto olvido de todos hasta muchísimo tiempo después, ya en los años de la perestroika.
Aunque no siempre fue así, PLATÓNOV apoyó la Revolución en sus primeros años de manera entusiasta, pues veía la posibilidad de introducir cambios radicales y trascendentales en la sociedad rusa. Debido a su formación de ingeniero fue enviado por las vastedades rusas a recuperar tierras, drenar pantanos o construir centrales eléctricas. Pero allí vió también la persecución que el Partido aplicaba al campesinado tras la severa colectivización de la agricultura. La purga estalisnista empezaba a hacer estragos: se calcula que casi dos millones de campesinos fueron deportados a Siberia (muchísimos murieron durante el viaje y de frío). Y el espanto fue haciendo mella en PLATÓNOV. Y decidió contar su desilusión y lo que había visto. Y ya sabemos cómo acabó todo.
El estilo de PLATÓNOV es único, y maravilloso. Lo que lo hace peculiar es el lenguaje técnico empleado, que capta cómo el efecto socializante de las mentes había impregnado ya en las actitudes individuales y colectivas de la mayoría rusa. Pero el tecnicismo expresivo en PLATÓNOV cede a menudo a unas «espléndidas postales de paisajes sin esperanza». Todo está contado como si se tratase de una fábula surrealista: de un sueño o de una pesadilla, de una distopía kafkiana. Los trabajadores, por ejemplo, aparecen como fantasmas transparentes, figuras prescindibles en una tragedia que se relata de manera diáfana, pero que a la vez -y esto es propio de su original estilo-, extrañamente, hace más impactante y realista el ambiente en el que viven estos personajes y el pesimismo, que se cierne sobre todo, de los ideales de la Revolución.
«LA ZANJA», que ha vuelto a reeditar en estos días la editorial Armaenia, es una obra maestra. Una mordaz sátira que retuerce el lenguaje para mostrar con más clarividencia la vasta tragedia humana que supuso el estanilismo.
Miguel Ibáñez – Librero en Alcañiz