El vestido de gitana de mi madre acecha oscuro encima del armario. Es verde con grandes lunares negros. Cuando se lo pone es la mujer más guapa que ha pisado el planeta…»
Verdaderamente, nos dice Elvira Lindo, hay libros que emanan un aroma, y es extraordinario que esto suceda desde las primera líneas. En el caso de esta novela: «Vozdevieja», que hoy os abro a vuestros ojos, de la joven sevillana Elisa Victoria ocurre ese milagro. Desde las primeras lineas se anticipa un universo que nos seduce y que, casi seguramente, nos va a enamorar.
Esas palabras que hemos leído al principio provienen de una niña que tiene nueve años. Su nombre es Marina, pero en el cole la llaman Vozdevieja. Vive en Sevilla, en un barrio de la periferia, y este verano, el primero después de la Expo del 92, es tan largo y tan seco que ella no sabe si reir o llorar. Si quiere que todo cambie o que todo siga igual. Porque aún juega con muñecas Chabel, pero ya mira revistas y cómics para adultos. Porque su madre está enferma y ella ya se imagina en un convento rodeada de huerfanitas. Porque todo el mundo, también su padre, insiste en desaparecer. Porque su mejor amiga es su abuela, con la que vive, y que le guisa, la peina, le dice tranquila, le enseña nuevos tacos, le cose vestidos de flores y le cuenta su amor por Felipe Gonzalez. Y aún así, Marina siempre tiene hambre: de vida, y de filetes empanados.
Estamos ante una primera novela magnífica: tierna, lírica y divertidísima. Elisa Victoria ha encontrado una voz única, una manera sutil de narrar esta infancia que, aun pareciéndose a la suya, es pura recreación: cuando se trata de dialogar, hace uso de una gracia inusual para reproducir el habla del pueblo llano en el que se crió, volviéndose casi costumbrista; pero si se trata de penetrar en el pensamiento de la niña, utiliza sin reparos un lenguaje poético, sofisticado, filosófico por momentos, que parte de la creencia de que el mundo interior de los niños es más complejo de lo que su lengua les permite expresar.
Estamos, en verdad, ante una novela triste y divertida, aguda y poética, admirablemente bien escrita. Que nos conmueve por su crudeza y por la voz «inocente» que nos la cuenta. «La crónica perfecta de una niña lista en un mundo de estúpidos», nos dice Ben Brooks.