“El amor ha tales mañas
que quien no se guarda dellas,
si se l´entra en las entrañas,
no puede salir sin ellas”
Pues bien, amigos, la autora de estos deliciosos versos (los primeros que conforman su “Canción”) es Florencia del Pinar. Una poeta que, si bien casi totalmente desconocida por la mayoría de lectores, debería de figurar en la memoria literaria de todos nosotros. Pues es, ni más ni menos, que la primera poeta española de la que se tienen noticias; aunque éstas son más bien escasas: apenas que fue dama de la corte de Isabel la Católica y que Hernando del Castillo la incluyó en su “Cancionero general”, salvando sus versos del olvido.
Esto en el siglo XV. Pero el mismo desconcierto tendremos si avanzamos al XVI con nombres como Silvia Monteser, Juana de Arteaga o Sor María de la Antigua; en este siglo nos puede salvar el pronto reconocer de estos versos: “Vivo sin vivir en mí, / y tan alta vida espero, / que muero porque no muero”; que son, claro, de la inolvidable Santa Teresa de Jesús. El nombre de alguna poeta más nos sonará hasta llegar a las primeras décadas del siglo XX: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Concha Espina o Carmen Conde (la primera académica), pero poco más. Y es que para una mujer escribir poesía en España fue durante siglos una tarea complicada, condenada a una difusión mínima. Todavía hoy sus nombres resuenan y circulan en menor medida que sus colegas masculinos cuando se trata de leer y recordar a los mejores poetas del pasado.
Para intentar paliar este injusto desequilibrio, la editorial Alba acaba de editar un precioso libro titulado: “ANTOLOGIA DE POETAS ESPAÑOLAS”, proponiéndonos un amplio muestrario de los mejores poemas escritos por mujeres españolas (excepción hecha de la casi anónima Amarilis -célebre por su extenso poema dedicado a Lope de Vega- y la mexicana sor Juana Inés de la Cruz, tan extraordinaria y tan influyente que era casi obligación incluirla).
El resultado es un auténtico libro de las maravillas, donde se pone de manifiesto la injusticia habida con las poetas de cualquier época; incluso con aquellas que escribieron en la libertad vanguardista de la Generación del 27, cuyos escritores masculinos no se destacaron, precisamente, por dar a conocer a sus colegas femeninas (que se lo pregunten, por ejemplo, al bueno de Antonio Machado las dificultades que tuvo para interceder por su amada “Guiomar” o Pilar de Valderrama).
Espero, pues, que este hermoso libro os abra los ojos a la poesía pura y bella, que nunca ha sido ni masculina ni femenina. Y termino con el inicio del poema “Mi secreto” de la nombrada Pilar de Valderrama:
“Yo soy una mujer: nací poeta,
y por blasón me dieron
la dulcísima carga dolorosa
de un corazón inmenso.
En este corazón, todo llanuras
y bosques y desiertos,
han nacido un amor, interminable,
y un cantar gigantesco…”