Seguramente, nombres como Ann Katharine Green, George R. Sims, Grant Allen o Mary E. Wilkins no les sonarán mucho a mis muy amables lectores Todos son Británicos y pertenecientes a lo que se ha llamado Literatura Victoriana (finales del XIX y principios del XX). Todos son escritores de segunda línea. Pero, sin embargo, ellos fueron los introductores de una importante novedad en el incipiente «Género Negro», el que conseguía más favor popular en aquellos tiempos: fueron los primeros en dar protagonismo a la mujer detective. Y esta circunstancia, que ahora vemos tan normal, conllevó entonces una auténtica revolución literaria. Y es que aquellas mujeres rompían todas las reglas del decoro victoriano: no servían el té con delicadeza y exquisitas formas, sino que salían por la noche para perderse entre la niebla; viajaban solas en trenes hacia alejados condados en los que había ocurrido un crimen; tomaban las huellas a cadáveres sin temor e incluso cometían algún delito menor para así resolver un caso especialmente difícil.
En todos estos casos hallamos una curiosa singularidad dentro del género: el hecho de que la ficción se adelantara a la realidad. Los primeros relatos de mujeres investigadoras aparecieron hacia 1860 y, sin embargo, no fue hasta 1918 cuando la policía londinense contratara a la primera agente. Así pues, las criaturas de ficción van por delante y gozan de gran éxito entre los lectores. Casi todas ellas sorprenden por su osadía y por romper las reglas de la férrea sociedad victoriana. E incluso, algunas de ellas, crearon fórmulas originales que ahora resultan ser los pilares del género, como pruebas forenses o análisis microscópicos, sirviendo de modelo a posteriores detectives de más fama, como la popular miss Marple de Agatha Christie.
La editorial Siruela acaba de publicar, en una cuidada edición, una estupenda antología de alguna de estas historias en «DETECTIVES VICTORIANAS». En ellas se reúnen por primera vez a las más grandes luchadoras contra el crimen de la época -y también a algunas selectas delincuentes-, como Loveday Brooke, Dorcas Dene o Lady Molly, predecesoras todas ellas de las modernas damas del crimen. Relatos inteligentes, dinámicos y extremadamente divertidos, de mujeres que, por fortuna, se negaron a ocupar el estrecho lugar que la sociedad les tenía reservado.
Un pequeño pero auténtico placer literario.