Aprovechando una nueva reedición, tengo el placer de recomendaros uno de los libros más hermosos y que más han cambiado mi percepción del tiempo y, por ende, del mundo que nos rodea -y, a veces, nos apremia y angustia-: “EL DESCUBRIMIENTO DE LA LENTITUD”, novela con la cual el alemán STEN NADOLNY fue premiado con el prestigioso “Ingeborg Bachman” allá por el año 1981. Desde entonces, esta obra capital de la literatura contemporánea ha sido traducida a más de 30 lenguas y ha vendido millones de ejemplares en todo el mundo. Y, la verdad, no es para menos.
La narración se adentra en la vida de John Franklin (1786-1847), un aventurero británico absolutamente olvidado y que NADOLNY conoció gracias a su afición de leer enciclopedias. A partir de ahí, ya no saldría de su mente hasta plasmarse en la inolvidable novela que hoy os comento.
El texto comienza así: “John Franklin tenía ya diez años y seguía siendo tan lento que no era capaz de coger ni una pelota…”. Y precisamente es esa característica el hilo conductor: ya que, desde niño, Franklin soñaba con el mar, pese a que la lentitud con que llevaba a cabo cuanto se proponía no lo hacía la persona más adecuada para los rigores de una vida de marinero. Sin embargo, fue marinero, y uno de los más importantes: recorrió el globo desde Australia hasta el Polo Norte; se vio obligado a alistarse en la Marina y a tomar parte en batallas como la de Copenhague o la de Trafalgar, aunque lo que de verdad anhelaba era surcar en paz los mares y descubrir el legendario Paso del Noroeste.
Franklin percibía el tiempo de una forma singular: necesitaba tiempo para entender lo que la gente le está diciendo y, por supuesto, para responder adecuadamente (podía quedarse contemplando un hoja de un árbol hasta que ésta caiga, sin importarle el tiempo trancurrido). Por otro lado, su capacidad de recordar con la mayor precisión todo aquello que captaban sus “lentos” sentidos, lo convirtió en uno de los navegantes más interesantes de todos los tiempos.
Poco a poco, John va reconociendo cómo su lentitud contiene en sí la rara virtud de la paciencia, que gradualmente le irá acercando a la paz de espíritu. Sin embargo, la llegada del siglo XIX: una época en la que los relojes y las personas se habían vuelto más exactos; un periodo, dice él, en el que se había puesto de moda la frase: ¡no tengo tiempo! (menos mal que no vivió en nuestro siglo), empezará a agobiar la personalidad de Franklin y le moverá a embarcarse en la búsqueda de la última frontera, el Polo Norte: “mar abierto y un tiempo sn horas ni días”. De allí ya no volvió. El hielo se tragó al barco y a toda su tripulación como si fuese el final de la novela de Allan Poe.
NADOLNY nos ofrece un héroe de una estirpe nueva, un hombre capaz de hacer historia gracias al descubrimiento del poder y la sabiduría de su propia lentitud. John Franklin es el contraste personificado de la frenética agitación del mundo contemporáneo.
Una novela, en verdad, única.