Óscar Morera
Director de proyectos creativos
El ruido de las muletas de Tristana simulando, al golpearlas entre sí, el sonido del tambor transportó al bajoaragonés más universal Luis Buñuel durante la grabación de la película hasta Calanda. No fue la única vez. También en Simón del Desierto (1965) o en Él (1970) el cineasta conectaba de forma brillante y directa sus emociones más enraizadas con sus películas, ya estuviese en Méjico o París.
Con la llegada de la primavera volvemos los que nos fuimos, salen a la calle los que viven aquí todo el año y celebramos creyentes o no ritos singulares y complejos, siempre iguales pero siempre diferentes. A la vez que la Iglesia católica pierde adeptos, como constatan todas las estadísticas, la tradición de tocar el tambor y el bombo se mantiene, reforzando la identidad del ser y del existir, soñando con un futuro más halagüeño que incierto, es un espejismo efímero de rebeldía en realidad.
Estos días también nos acompañan miles de viajeros que llegan al Bajo Aragón. Es probable que se pregunten por qué se pasa del caos a la calma o de la emoción a lo festivo en tan poco tiempo. Y, a tan solo unos pocos kilómetros de los pueblos, del ruido, los paisajes muestran ese fin del mundo del interior qué describió Antón Castro de estas comarcas.
Hace dos años coincidí con José María Calleja en el rodaje del anuncio Soy Teruel durante la noche de la Rompida de la Hora en Híjar, para mí una de las más vibrantes y especiales de la Ruta del Tambor y el Bombo. Lo invité a que nos acompañase a verla desde uno de los balcones. En solo unos segundos, se pasó del silencio absoluto al retumbo y redobles de los cientos de tambores y bombos que se concentraban en la plaza porticada y prieta. El periodista no pudo contener la emoción de lo vivido: los tambores hablaban.
Amigo y querido, el actor Borja Maestre todavía me recuerda cuando nos vemos en Madrid su experiencia en Alcañiz tocando el tambor durante toda la noche del viernes como algo mágico y liberador entre las cuadrillas y el instrumento.
En unos días volveremos a recorrer su casco antiguo. Los tambores vibrarán en menos paredes y ventanas, viendo cómo se cae a pedazos. Será entonces cuando muchos miraremos hacia otro lado y continuaremos dialogando con nuestro tambor una Semana Santa más.