Roberto Miguel
Pte. de la Asociación Empresarial de Andorra
Mi abuelo, Tomás Gil, fue sin duda uno más de los precursores de la actual Semana Santa en Andorra. Recuerdo con cariño cómo me contaba, mientras tensaba su tambor en el taller que teníamos debajo de casa, que los primeros años mientras tocaban por las calles con su pequeña cuadrilla de tamborileros, tenían que ir mirando hacia los balcones y ventanas por si algún vecino les arrojaba algo (y no me refiero precisamente a comida o regalos).
La Semana Santa puede analizarse desde diferentes puntos de vista: religioso, histórico, artístico o incluso tradicional costumbrista. Durante estas fechas rompidas de hora, procesiones, representaciones, vía crucis y otros actos llenan por completo todos los pueblos del Bajo Aragón Histórico y somos muchos los que, teniendo vacaciones y pudiendo salir a otro destino, decidimos pasar estos días en nuestro pueblo.
¿A qué se debe este éxito? Seguro que confluyen muchos factores en mayor o menor medida, pero para mí sin lugar a dudas se debe a una enorme manifestación de generosidad.
Es ejemplar la participación desinteresada de cientos de personas en la preparación, con muchos meses de antelación, de todo ese calendario de eventos por parte de la sociedad: desde las escuelas de tambores, pasando por las cofradías y las juntas locales, hasta las cuadrillas que, desde principios de año, ensayan ya sus toques para reivindicarse en las distintas exaltaciones. El trabajo de estas personas y otros colectivos hacen posible que nuestra Semana Santa esté declarada, nada más y nada menos, patrimonio inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
El auge y éxito de la fiesta y conmemoración comenzó cuando, desde los diferentes pueblos de la ruta, se aunaron esfuerzos y se puso por encima y en común el interés general.
Cada pueblo sigue -afortunadamente- trabajando y enorgulleciéndose de sus tradiciones y peculiaridades, pero más allá de nuestro entorno, el éxito es de la Semana Santa del Bajo Aragón y de la Ruta del Tambor y el Bombo.
Imagine, amable lector, que fuéramos capaces de replicar este concepto de unión y generosidad al resto de actividades sociales y económicas en nuestro territorio. Imagine por un segundo que nuestros representantes políticos se abonasen a esta forma de trabajar, con amplitud de miras. Sin duda daríamos un paso de gigante como sociedad.
La Semana Santa y nuestras tradiciones han perdurado durante siglos, superando profundos cambios políticos, conflictos sociales y recesiones económicas. Nuestros mayores nos han mostrado el camino y nosotros deberíamos seguirlo para construir un territorio lleno de vida, no solo en Semana Santa, sino el resto de año también.
Este Jueves Santo, allí donde estés, volverás a oír romper la hora. Un beso yayo.