Rompieron definitívamente con el Naturalismo, decidiendo seguir la senda abierta por Baudelaire. Fueron los primeros escritores auténticamente modernos, que se apartaron de los usos literarios de la época.
La crítica los llamó peyorativamente «los decadentes»; Valéry, sin embargo, los definió como «artistas ultrarrefinados» que se protegían «contra el asalto de la vulgaridad». En realidad, renovaron la literatura preparando el camino a las vanguardias, se rebelaron contra las normas sociales burguesas: su vulgar utilitarismo, su hipocresía y rancia apetencia de realismo, para reafirmarse en unas pautas estéticas nuevas. Fueron extravagantes, en su forma de actuar y vestir: dandis; muchos de ellos hijos de la aristocracia o díscolos burgueses, pero casi todos príncipes de la noche y del erotismo, cultivadores de las flores del mal, exploradores de los laberintos del infierno. Fueron Théophile Gautier, Oscar Wilde, William Beckford, Léon Bloy, Pierre Louys, Stéphane Mallarmé, Jean Lorrain, Octave Mirbeau, Marcel Schwob o Villiers de L´isle-Adam, entre otros. Estos escritores decadentes, franceses y británicos de principios del siglo XIX, dinamitaron la estética, el arte y la literatura de una sociedad sumida en un clima de decepción y convulsión económica y política, dejando a la posteridad algunas de las páginas escritas más memorables, hermosas y transgresoras de toda la Literatura.
El original y creativo editor Jacobo Siruela nos trae ahora a las librerías de la mano de su editorial Atalanta, una preciosista antología de veinte de estos autores titulada: «EL LECTOR DECADENTE». Es verdaderamente difícil destacar algún título o autor de esta excepcional antología. No hay ninguno que desmerezca en explosión imaginativa, en el perfume de sus palabras o en la sutileza con la que mezcla en su alambique su libre incursión en los paraísos artificiales de la época. Todos son dandis exquisitos, maestros de la transgresión y exploradores de la angustia humana. Yo, personalmente, me quedo con ese relato en el que unas hermosas jóvenes del carnaval parisino terminan en un festín de terror ideado por L´isle-Adam; con la «Salomé» del inigualable Wilde; o el texto, inédito en castellano, de Max Beerbohm: «En defensa de la cosmética», en el que se trata en un tono elevado y erudito algo tan trivial como el maquillaje.
«EL LECTOR DECADENTE» supone, en suma, un homenaje a aquel «fin de siècle» que nos legó fascinantes, inquietantes y todavía modernas joyas de auténtica literatura.