Bueno, veraniegos lectores, informaros que este espacio dedicado a la literatura también va a coger unas semanas de vacaciones; pero antes de ello quisiera finalizar esta temporada con la recomendación de dos libros ideales para estos días calurosos y tendientes al tedio. Son dos novelas policíacas perfectas y maravillosas, dos de los mejores clásicos de la edad dorada del género.
La primera es «EL MISTERIO DE LA VILLA ROSA», quizás, dicen los expertos, una de las mejores historias de detectives jamás escrita. Su autor, ALFRED EDWARD W. MASON (1865-1948), ya disfrutaba del éxito cuando en 1910 decidió crear al Inspector Hanaud, de la Sureté de París. La acción empieza con el señor Julius Ricardo veraneando en Aix-les-Bains. En una visita al casino, se encuentra con el joven inglés Harry y Celia Harland, bella joven sin dinero de la que Harry está enamorado. Menos de cuarenta y ocho horas después, Harry pide ayuda a Julius. La patrona de Celia, madame Dauvray, tras una sesión de espiritismo, ha aparecido estrangulada, y sus valiosas joyas han desaparecido. Celia parece haber huido y es la sospechosa evidente. Haciendo uso de su amistad, Julius convence a Hanaud para que intervenga en las investigaciones.
A A.E.W. MASON, hombre inquieto y de acción, le debemos dos hitos en el mundo de las letras: una de más grandes novelas de aventuras de la literatura: «Las cuatro plumas»; y esta joya de misterio considerada como la primera novela policíaca moderna.
La otra obra que os recomiendo lleva como título: «LAS ARENAS CANTARINAS», y es otra deliciosa novela de una de las damas más singulares y entretenidas de la Edad de Oro de la ficción detectivesca, JOSEPHINE TEY (1896-1952).
Es el quinto y último caso del ingenioso y elegante inspector Alan Grant, de Scotland Yard, quien, de baja por fatiga mental, viaja rumbo a Escocia para disfrutar de unas fugaces vacaciones en la granja de su prima. Sin embargo, en el tren nocturno que lo conduce a su retiro, un hombre aparece muerto en un vagón. Tentado por las enigmáticas líneas de un poema garabateadas por el difunto en un periódico, Grant no duda en zambullirse en este inesperado caso, cuyo rastro lo conducirá hasta las remotas Hébridas.
JOSEPHINE TEY era miembro del «Detection Club», en donde figuraban escritoras como Agatha Christie o Dorothy L. Sayers, pero pronto empezó a quejarse de la uniformidad soporífera en la que habían caído las obras de ellas. Así pues, y rompiendo todas las reglas del Club, empezó a crear casos divertidos, de una aguda psicología e indudablemente british, aportando grandes dosis de frescura e ingenio a la ficción detectivesca clásica.
Y nada más, espero que estas dos novelas os refresquen este verano y creen en vosotros más ansias de lectura.
Miguel Ibáñez – Librero