Los poderosos empresarios no son individuos comunes, sino máscaras que ostentan el poder real, efectivo, con una perfecta discreción. Destacan por su prudencia, su elegancia, su insuperable cinismo. Sus negocios trascienden su destino individual, pues en nuestro tiempo las empresas no mueren como los hombres: son cuerpos místicos que no perecen jamás». Así empieza Rafael Narbona su crítica sobre «EL ORDEN DEL DÍA», la maravillosa «nouvelle» de ERIC VUILLARD que ha conquistado el Premio Goncourt – el más prestigioso de las letras francesas- este año; y que ya estaba siendo considerada, por críticos y lectores, como una obra maestra, desde hace semanas, antes de conseguir el afamado galardón.
A sus 49 años, ERIC VUILLARD tiene ya un peso propio en las letras francesas, y comienza a tenerlo en el resto de Occidente. En sus obras, suele colocarse en las bambalinas de la historia para narrar acontecimientos conocidos desde puntos de vista atípicos. Así sus anteriores creaciones, como «Tristeza de la Tierra. La otra historia de Búffalo Bill» -la única publicada en nuestro país-; o «Conquistadors», sobre la caída del imperio Inca; o «Congo», acerca del colonialismo. Y, por supuesto, también emplea el mismo método en esta última: «EL ORDEN DEL DÍA», que puede leerse como una novela histórica, pero también como una obra de política ficción que esboza un posible y terrorífico porvenir.
Retrocedemos hasta el 20 de febrero de 1933 para cimentar esta tesis. En esa fecha Hitler convoca secretamente a una serie de grandes industriales alemanes en el Reichstag para pedirles su apoyo en las inminentes elecciones parlamentarias. Estos, tras escuchar a Hitler, acuerdan entregar una suma colosal de dinero para garantizarle la victoria. Allí se encontraban los dueños de Bayer, Agfa, Opel, Siemens, Allianz, Telefunken o Krupp -cuya fotografía sirve de portada a la novela-, entre otros. Desde ese año, Hitler ideó una estrategia de cara a la comunidad internacional con el fin de anexionarse Austria «pacíficamente». Este relato desvela los mercadeos y vulgares intereses comunes, las falsedades y posverdades que hicieron posible el ascenso del nazismo y su dominio de Europa hasta los inicios de la Guerra, con las consecuencias de todos conocidas.
Hitler fue derrotado, pero las empresas que lo financiaron y obtuvieron grandes beneficios con su régimen apenas respondieron por sus crímenes (muchas de ellas utilizaron mano de obra esclava procedente de Auschwitz, Dachau o Mauthausen). Durante la posguerra aumentaron su poder, alguna de ellas participaron incluso en la creación de la Unión Europea, y muchas han financiado a partidos políticos democráticos.
«EL ORDEN DEL DÍA» es, en verdad, una novela magnífica, con una prosa limpia y cartesiana, y un enfoque, original y provocador, que extiende una sombra inquietante sobre nuestras sociedades democráticas: el poder económico es capaz de adaptarse a cualquier ideología para no perder su influencia. Hitler perdió la guerra, pero los Krupp o los Opel o los Bayer siguen ahí, preparados para el próximo asalto.