Manuel Martín Mombiela / Samper de Calanda
Vecino
Samper de Calanda, a punto de dar doce de la noche del Jueves Santo en el reloj de la Casa de la Villa, en la plaza del pueblo, cientos de túnicas negras con «terceroles» esperan con contenida tensión la mal llamada «rompida», o sea, «El Romper la hora». Es el inicio de la Semana Santa y la luna empieza a estar llena en el cielo; «el silencio se rompe», «el Velo del Templo se rasga». Es el momento en que una corneta suena en el aire, un estruendo brutal como el rugir de un enorme terremoto parte en mil pedazos el aire. Los tambores y bombos arrancan a la vez y una sensación de vahído se apodera de todos. El enorme sonido, que crece cada segundo más y más, penetra en el cuerpo y se adueña de él desde los pies a la cabeza.
En el sonido de los bombos y tambores, se disocia o desvanece el intelecto diluido en el inconsciente colectivo.
Para quien no lo ha experimentado nunca se suele producir cierto desconcierto, pero transitorio. Hay quien dice que éxtasis, yo no voy tan lejos, quizá de trance inducido por el estruendo mistérico. Lo sigo experimentando todos los años desde que de niño acudí por primera vez a «Romper la hora» y no le encuentro explicación racional, yo que soy racionalista convencido.
Al poco tiempo de empezar a tocar comienzan a ordenarse en hileras. Se empieza a desfilar para participar en la primera procesión, la de «la bajada de imágenes», primero subiendo y atravesando el campo hasta llegar al monte del Calvario, donde está la ermita. Una vez de vuelta y terminada esta procesión, ya en el pueblo, se irán formando las cuadrillas y los grupos integrados por tambores y bombos irán recorriendo las calles, en medio de la noche, interpretando diferentes marchas y cambiándolas a una gradual seña de uno de la cuadrilla: «la palillera», «la raspa», «las imágenes», «la jota» y otras más. Las cuadrillas de más solera tocarán otras más sofisticadas de las que han ensayado para acudir a los encuentros con cuadrillas y cofradías de otras localidades. Era muy peculiar en otros tiempos, cuando yo era joven, el entablar un duelo fiero (pique), al cruzarse con otra cuadrilla para imponer su toque. Todavía suele hacerse, aunque lo veo poco actualmente.
Era tradicional, durante toda la noche, el rondar las calles del pueblo sin dejar de tocar, yendo de casa en casa de los integrantes de la cuadrilla. Hoy solo lo hace alguna veterana. La mayoría toca solamente por el centro de la localidad o en la puerta donde recaba su cuadrilla.
La tarde del Sábado Santo, después de la última procesión; «La subida de la Virgen Dolorosa al Calvario», se reunirán tambores y bombos en la plaza tocando desesperadamente durante una o dos horas hasta decretar el silencio que se produce unánimemente cuando el reloj del Ayuntamiento marca la hora señalada.