Las tres generaciones viven la Semana Santa de Andorra al máximo. Manda el fervor por el tambor y el bombo
La Semana Santa en casa de los Balaguer se vive al máximo desde el primer momento. Son días de ajetreo y de descansar lo justo para dormir y comer antes de darlo todo tocando en las procesiones, algo que José Miguel y María Dolores se encargaron de inculcar a sus hijos, Héctor y Germán. Héctor, a su vez, sigue la tradición familiar y ahora transmite esa pasión a Nerea y Marc, los pequeños de la casa con 12 y 9 años.
«Es algo que nos viene dado de mi padre, que ha tocado toda la vida. Germán y yo empezamos a hacer lo mismo y al final te enganchas», comenta Héctor. Como hiciera su padre con él, ahora que los niños empiezan a crecer salen todos juntos a Romper la Hora y a las procesiones, siempre que el cuerpo aguante. «El año pasado fue el primero que Nerea subió a San Macario y Marc todavía no ha aguantado, pero esta vez lo volveremos a intentar», destaca. Para ellos el mero hecho de Romper la Hora ya supone una ilusión tremenda, pero subir por primera vez hasta la cima de la ermita es lo máximo.
Al hilo de la participación de los niños en la Semana Santa José Miguel echa la vista atrás hasta las primeras procesiones con sus hijos. «Salíamos juntos cuando tenían 2 o 3 años y los tenía que llevar como todos en la época, «atados» con un cordoncico a mí. No es muy ético, ¡pero es que si no se marchaban!», comenta entre risas. A sus 68 años, de su juventud recuerda que con apenas un año ya vestía túnica y tambor en los brazos de su madre. Además, antaño los tambores eran de piel y rara vez se pasaba una Semana Santa sin tener que remendarlos. «Cada año rompíamos un par de pieles y el problema es que nos las teníamos que cambiar nosotros mismos», rememora.
«Salía con mis hijos cuando tenían 2 o 3 años y los tenía que llevar como todos en la época, «atados» con un cordoncico a mí. No es muy ético, ¡pero es que si no se marchaban!»
Ahora forma parte del grupo de veteranos, con el que sigue ensayando antes de Semana Santa y participa en la exaltación del Domingo de Ramos. Aunque después de tantos años todos conocen los toques, la agrupación es más una especie de cuadrilla de amigos con los que charlar e intercambiar opiniones con el tambor como excusa. Además, sirve para afianzar la cantera andorrana. «Nos llevamos también a los nietos y les enseñamos otros toques aparte de los que aprenden en la Escuela de Tambores, ¡y vienen súper contentos!», explica.
Trabajo con los niños y Semana Santa conjunta
Los niños dan buena cuenta de todos los conocimientos transmitidos los meses previos a la Semana Santa. De hecho Marc, ya no tan pequeño, encabezó uno de los grupos de tambores (de unos 50 integrantes) al ritmo de su bombo en una procesión del año pasado. «En Andorra el tema de los niños se trabaja mucho. Hay mucha gente que se dedica a enseñar de forma altruista y merecen algún tipo de reconocimiento», destaca José Miguel.
Como no podía ser de otra manera, las esposas de Héctor y Germán también viven la Semana Santa por todo lo alto. Ana Belén, mujer del primero, es de Quinto, donde apenas había tradición tamborilera. Sin embargo, se ha integrado completamente a base de tocar en la calle y, por así decirlo, ya es una andorrana más. Por su parte la mujer de Germán, Ivana, es andorrana y toca el bombo siempre que su trabajo se lo permite, ya que es periodista en la televisión local.
En cuanto a su momento favorito los Balaguer lo tienen claro: el Romper la Hora. «Es lo que más nos gusta a todos porque es el primer acto, el más espectacular y el que todo el mundo coge con ganas», coinciden, aunque también le tienen cariño a la procesión hasta San Macario y al silencio de tambores del Sábado Santo.
Desde hace años esta familia vive la Semana Santa con unos amigos que llegan de Barcelona, un matrimonio con hijos del que solo la madre es andorrana. «El resto son de Barcelona pero les encanta, ¡lo viven con muchísimas ganas!», comenta Héctor. Si por algo se caracterizan estas fechas es por convertirse en días de reencuentros con personas que, por un motivo u otro, apenas ves durante el año. «Cuando te vas a estudiar o a vivir fuera la Semana Santa es un momento de reunión. Hay muy buen ambiente y el Jueves Santo siempre es multitudinario», coinciden los hermanos.
La importancia del trabajo invisible
María Dolores no toca pero tiene un papel fundamental en la Semana Santa de la familia. Todas las túnicas se guardan en su casa y, cuando llega la fecha señalada, se ocupa de que todo esté listo y preparado a la perfección. «Tenemos la barandilla llena de perchas con todas las túnicas colgadas y el patio está lleno de tambores, no solo de ellos sino de amigos que aprovechan para dejarlos aquí», explica. Por si fuera poco ella es la encargada de hacer todas las túnicas de la familia, que afortunadamente van pasando de padres a hijos. Eso sí, los niños crecen y para ella «coger» o «sacar» el doble cada año ya se ha convertido en una rutina que vive con gusto.