Paco Gonzalvo
Cofrade de «El Nazareno»
Para los que éramos niños en los primeros años de la década de los sesenta, el Convento de los Padres Franciscanos albergaba un halo de misterio por la cantidad de estancias, largos pasillos, amplias salas, el huerto casi oculto, o el jardín con su curioso pozo. Siempre oliendo a flores delicadas y a suelo limpio, recién «arrugiado». Todo ya con un cierto grado de decadencia, pero dejando vislumbrar su antiguo esplendor y mayor actividad cuando en un tiempo no lejano la Comunidad de Frailes fue numerosa.
Al contrario de lo que en la época era costumbre de Procesiones obscuras, tristes y llenas de sentimientos de culpabilidad, los Franciscanos celebraban numerosas festividades con montones de niños vistiéndonos unas veces de pajes con espadas de madera, otras de frailes, siempre con abundantes y cromados estandartes llenos de cintas. Procesionábamos por las calles próximas al Convento, plagadas de flores, calas y geranios en macetas, que jalonaban el recorrido adornado en ocasiones por numerosos Altares.
Si la Parroquia suponía la oficialidad, lo obligatorio, lo íntimo, lo cerrado; los Franciscanos ofrecían luz, alegría y actividades extrarreligiosas, con un alto grado de cercanía y complejidad. En una palabra, si los Sacerdotes eran «padres», los Franciscanos eran «hermanos», hermanos mayores, pero hermanos.
Muy pronto nos encontraríamos en la Rondalla San Antonio, luego en «los Romanos», las cofradías, el deporte, el dibujo, después en las obras en la iglesia, la escuela de padres y por último en la Coordinadora de Cofradías.
En cada actividad, en cada época, siempre ha habido al menos un Franciscano, liderando y guiando a todos aquellos niños, jóvenes y adultos que elegían un camino sano, de fraternidad y buena convivencia y que de una u otra manera forjaron su futuro o al menos su forma de ser.
Durante el largo, lento y costoso periodo de obras y reformas del Templo, cuantos de nuestros convecinos junto con los Frailes, dejaron allí tiempo, esfuerzo e ilusión, con la clara idea de que lo que hacían era de todos y para todos. ¿Que sentiremos ahora, al pasar por la puerta definitivamente cerrada?. Al menos hasta ahora, fácilmente se abría desde el interior gracias a la última llama que permanecía encendida.Cuando en nuestra Ciudad se cierra una tienda, una librería, un local de reunión, o nos derriban un edificio en el que desde niños hemos estado, jugado y actuado… algo de nosotros muere en nuestro interior, cuanto más pues si a ese lugar se le añaden las caras, los caracteres de las personas que han estado acompañándonos y velando por nosotros.
Solo nos queda pensar, que lo que hemos vivido junto a los Padres Franciscanos, dentro o fuera de sus muros, por encima de lo material, es algo imborrable, inolvidable e indestructible, y que allí donde haya uno de ellos, siempre habrá un trozo de nuestro corazón y gozará de nuestro sincero agradecimiento.
Por todo ello… Gracias a Dios y a Vosotros, nuestros queridos R.R.P.P. Franciscanos