Mi madre era glamurosa, atrevida, una mujer explosiva. También era hogareña y generosa. Pero estaba tan profundamente herida que mi amor no podía curarla».
Este que nos cuenta es Shuggie, un niño que pretende ser feliz en el entorno que le ha tocado vivir. Su principal objetivo para ello es intentar que su madre no beba. La mayoría de las veces no lo consigue. A veces vuelve del colegio y, por las luces que ve encendidas o la música que oye, puede adivinar de qué humor estará Agnes y si habrá alguna natilla en la nevera. Agnes es la madre de Shuggie y es alcohólica. Se pinta los labios de rojo, se pone un jersey ajustado y se pasea con su abrigo de piel por un barrio de mineros sin trabajo. Las madres del barrio recogen la asignación cuando toca y sus hijos están sucios, desatendidos y a menudo no tienen dientes. Son niños que juegan al fútbol, se pelean entre ellos y se meten descarademente con las niñas. La primera vez que estos niños llaman «maricón» a Shuggie, él no sabe muy bien lo que significa -aunque con el tiempo lo sabrá-. El sólo sabe que le gusta peinarle el pelo a los ponies de colores y que disfruta haciendo gala de sus modales. Shuggie también tiene un padre que aparece de vez en cuando y que, casi siempre que lo hace, desarregla aún más la situación.
Estamos en la Gran Bretaña más desfavorecida de los años 80; en donde las políticas de Margaret Thatcher están causando verdaderos estragos. Concretamente en un Glasgow regado por la perenne lluvia, sembrado de alcohólicos, drogadictos y parados, fracturado por la confrontación entre católicos y protestantes y de camino a un cada vez más acelerado empobrecimiento de la clase obrera. Es un entorno inclemente, oscuro, lleno de mugre y barro, poblado por gente a quien no queda otra salida que la hostilidad. Todo ello descrito con una fuerza narrativa y lírica notable que, en ocasiones, no tiene nada que envidiarle al gran Dickens de «Tiempos difíciles».
Y esta novela: «HISTORIA DE SHUGGIE BAIN», es así: una historia de amor frustrado, en unas condiciones infernales, entra un hijo y una madre. A ello añade Shuggie la complejidad de un camino iniciático y de aceptación de identidad, en medio de un brutal acoso. En ella hay escenas duras y descorazonadoras. Sin embargo, de alguna manera, su hilo conductor es la inocencia de este niño y la benevolencia de un escritor que sabe que todos hacemos lo que podemos con las cartas que nos ha tocado jugar. Leeréis este libro poniendo un paso detrás de otro y, cuando termine, echaréis de menos a Shuggie y desearéis que haya conseguido salir adelante.
Con este rotundo debut, el diseñador de moda escocés DOUGLAS STUART se ha llevado a casa el Premio Booker (el más prestigioso de las letras británicas). También él, como su protagonista, creció con una madre alcohólica y sufriendo acoso por su orientación sexual. Todo ello lo ha reflejado admirablemente en esta novela poderosa y, en verdad, apabullante; pero de una hermosura cruda y veraz, aunque no exenta de ternura.
Una historia que le ha llevado diez años construirla y que, antes de su publicación, fué rechazada por 30 editoriales (cosas increíbles que se ven en el mundo editorial).
Un libro hermoso y muy muy recomendable. Literatura en su estado más duro y terrible, pero, también, más bello.
Miguel Ibáñez. Librería en Alcañiz