«Querido Alec: Que no hayas destruido esta carta al reconocer mi letra en el sobre prueba que la curiosidad es más poderosa que el odio. O que tu odio necesita carne fresca».
Bien, este es el deslumbrante comienzo de la novela La Caja Negra, escrita en 1987, pero que la editorial Siruela acaba de reeditar nuevamente -para añadirla a su copioso censo de libros del autor. Y es, por tanto, una nueva oportunidad para leer una obra fundamental de la literatura contemporánea y descubrir, aquel que todavía no lo ha hecho, a su autor: Amos Oz. El israelí es, sin duda, uno de los escritores más reputados de la narrativa occidental, galardonado con los más prestigiosos honores y distinciones (Príncipe de Asturias, Legión de Honor, el Goethe, el Franz Kafka…), así como un reconocido intelectual comprometido activamente con el proceso de paz en Oriente Próximo.
La Caja Negra es una novela epistolar. Este género, que ha proporcionado novelas tan incisivas sobre la desolación del alma humana como el «Werther» de Goethe, el «Hiperión» de Hölderlin o, más cercana a nosotros, el «Querido Miguel» de la Ginzburg, se renueva en la pluma de Amos Oz con estas epístolas extraordinarias, con estos documentos de un alma erosionada que se consuela y se nutre confrontándose con la persona que la ha destruido. Quizás sea, así mismo, una de las novelas de ejecución más implacable de OZ; o en todo caso, una de las más bellamente descarnadas, que por momentos alcanza una jerarquía shakespeariana, proporcionada por la turbiedad emocional de sus personajes, magníficamente desplegada a través de una exasperada expresión dramática en las voces de Alexander e Ilana, que antes fueron marido y mujer, y al comienzo de la novela son dos desconocidos que otra vez se necesitan para reavivar el proceso de destrucción recíproca que un divorcio muy duro ha mantenido latente durante siete años.
Alexander se ha mudado a Estados Unidos, es un eminente profesor que se ha hecho famoso por sus estudios sobre el fanatismo, bien asegurado económicamente se halla, asímismo, enquistado en una feroz misantropía. Ilana se ha quedado en Israel y se ha casado con un judío ortodoxo; entre ambos intentan, con una economía de subsistencia, enderezar al salvaje Boaz, hijo de Ilana y Alexander, un atolondrado y gigantesco muchacho, desnortado y violento, y que ha sido expulsado del colegio. Boaz es pues la razón (o el pretexto) de que Ilana escriba a su ex marido pidiéndole ayuda, reclamándole que se comprometa con la vida impetuosa de su hijo.
No siempre se tiene la posibilidad de adentrarse en la zona más turbulenta de un matrimonio que no tiene reparos en transparentar la vida privada del odio que los ha llevado a rechazarse. Una correspondencia es justamente eso: una caja negra que registra las causas del desastre, y también, aunque a destiempo, las prevenciones que hubieran evitado la tragedia.
Es esta, sin duda, una novela sombría y amarga, pero es, también, una novela bellísima y apasionada: una de esas novelas que dejan huella en el alma del lector.