José Luis Ferrer y su hermano Jesús heredaron de su padre el oficio de carpintero y el gusto por el tambor y la Semana Santa que han transmitido a hijos y nietos
Quedan unas pocas horas para la procesión y Laura se despide cariñosa de su abuelo. «En un poco vengo y te ayudo con el tercerol», le dice. José Luis le dedica una sonrisa de aprobación pero antes de que se marche todavía comparten un poco de charla. «Ahora se puede estar tranquilos aquí pero en Jueves Santo… Toda la entrada son tambores y por aquí, túnicas colgando», cuenta ella.
Su abuelo se ríe. Mantiene el gesto amable y relajado que se le acomoda en el rostro cada vez que está en su querido pueblo. Reside en Gavá (Barcelona) donde fundó y dirigió el Centro Aragonés, y donde sus hijos y nietos han estado siempre en contacto con el folclore aragonés. Las jotas y, desde luego los tambores, marcan los ritmos de los Ferrer. «Digo que soy de La Puebla, en el colegio también lo decía», comenta Laura. Abuelo y nieta comparten complicidad, hablan el mismo idioma cuando de Semana Santa se trata. «Todo empezó en casa de mi padre. Venía de Híjar y ya arreglaba bombos y hacía tambores», explica José Luis, que nació en 1933 en Monzalbarba por la cuestión práctica de que estaban allí sus abuelos maternos.

En La Puebla se casó y vivió hasta 1962 cuando marchó a Cataluña con su mujer y sus dos hijos José Luis y Maruja siendo pequeños. Volvió a La Puebla en los ochenta y regresó al tiempo a Cataluña por sus nietos Sergio, Laura y David y con idas y venidas a La Puebla. «Yendo y viniendo pero siempre luchando por Aragón», dice. Es Martes Santo de 2018 y José Luis pronto comenzará a prepararse para salir en el Encuentro con los Penitentes. «El paso del Descendimiento lo compramos entre varios hijos de La Puebla que estábamos en Cataluña», le viene a la mente.
Él y su hermano Jesús, -10 años menor-, heredaron de su padre la afición por los tambores y el oficio de carpintero, que continúa en La Puebla en tercera generación, así que, el sello Ferrer está por todo el pueblo. «Hay 11.700 clavos puestos en la puerta de la iglesia», apunta. Ahí hicieron una restauración, así como en varios bancos, las puertas de la ermita, barandillas, mesas y un largo etcétera. «Siempre está colaborando aunque no se le vea», dice la nieta. «En las celebraciones de misa anda pendiente de que esté todo, de ayudar… Siempre lo he visto de un lado para otro e implicado en todo, igual que a mi abuela, y eso hace que te apasione esto», reflexiona la joven.

Todos los tambores de la casa y el único bombo los ha hecho él. José Luis fue pionero en La Puebla en tiempos muy complicados. Fue uno de los fundadores de los alabarderos en 1948. «El primer año salimos sin corazas porque no había dinero y los cascos los hicimos a mano», cuenta. También fue de los primeros que vistió túnica cuando se instauró en La Puebla y recuerda que la suya se la hizo su madre de una falda. «A mi padre se la hicieron las monjas de Híjar de joven porque ya tocaba en su pueblo», puntualiza. José Luis también fue firmante de los estatutos de la Ruta.

Por cosas así, entre otras muchas, su pueblo le otorgó el Tambor de Honor en 2014. «Toco con él, claro, pero a veces no porque se lo lleva esta que tengo al lado», ríe cómplice con Laura que se despide para volver a echarle una mano, un gesto que repetirán en unos días cuando se vuelvan a reunir. Él ya cuenta las horas con ese gesto relajado que le da estar en su pueblo.