Detrás de un pseudónimo parece haber por lo general una persona que sabe. Sabe, por ejemplo, que uno es más interesante cuanto menos se deja ver». Esto decía el crítico Alberto Olmos. Y quizás tenga razón. Porque en estos días la comidilla del mundo literario es quién está detrás del nombre de LORENZO G. ACEBEDO, que ha firmado una novela deliciosa y original, primorosamente escrita, y transida de un humor que nace del propio dominio del idioma del que hace gala su autor (acaso como homenaje al protagonista de su obra): «LA TABERNA DE SILOS», editada por Tusquets; y que constituye un verdadero y deslumbrante hallazgo que, de seguro, va a dar que hablar. Lo único que sabemos de él es lo que se nos dice en la solapa del libro: un escritor que abandonó en su juventud los estudios teológicos por el retiro monacal y, algún tiempo después, el retiro monacal por una mujer. Si hay algo de cierto en esto, tampoco lo sabemos. Lo único en verdad cierto es que su destreza en el manejo del castellano es ejemplar, como si hubiese creado un estilo específico para esta narración.
La trama nos retrotrae a la primera mitad del siglo XIII, y al hecho de un encargo que el abad del monasterio de San Millán de la Cogolla dirige a uno de sus servidores, Gonzalo de Berceo: el de viajar al monasterio de Silos para copiar un manuscrito latino y componer a partir de él un poema en el «nuevo» idioma castellano. Sin embargo, la secreta intención de la visita consiste en que los dos monasterios aúnen fuerzas contra el Papa y sus obispos, que pretenden quedarse con los beneficios de la producción del vino (quizás sea este el hilo conductor de la novela: el vino), y contra la pujanza de los nobles castellanos, ávidos también de entrar en el negocio. En plena fiebre de negocios y tejemanejes vitivinícolas, una sucesión de asesinatos tan cómicos como truculentos viene a complicar la situación. Para más desgracia, Lope, un peregrino borrachín, y Elo, la tabernera del lugar, tan joven como astuta, se empeñan en ayudar a Gonzalo a resolver los crímenes, convirtiéndose en una molestia constante que puede dar al traste con su verdadera misión.
En definitiva, una maravilla de novela que tiene la capacidad de trasladar a sus páginas ese siglo XIII oscuro y cautivador en el que los monasterios eran casi como estados, tal era su poder. Y en particular, a ese monasterio de Silos, sugestivo y misterioso, convertido en un personaje más de la novela: su biblioteca, su scriptorium, su claustro poblado de fascinantes y pecaminosos capiteles que parecen cobrar vida en la turbia imaginación de Berceo. Además de estas sugerentes descripciones y de la intriga propia de la trama, «la novela se lee en un soplo, bien que tomado de vino, y realmente es divertida y gozosa, con un tacto para el idioma que parecía perdido…».
Miguel Ibañez. Librería en Alcañiz