Los hermanos Manuel y María han transmitido a sus descendientes el legado que les vino dado por su padre
El origen de la Semana Santa en los Tena Oliver hay que ir a buscarlo a la calle Mayor. Allí estaba la casa familiar en la que Rosario y Vicente Tena (1913), sobre todo este último, inculcaron a sus hijos Manuel y María la querencia por el tambor.
Sus hijos, que ahora ya son abuelos, recuerdan que su padre era de los que estaba toda la noche tocando el tambor. «Hubo una época en la que aminoró y no había tanto fervor pero él ahí estaba incansable», cuentan.
Manuel empezó a tocar el tambor cuando ya caminaba solo y todavía sigue en activo aunque «ahora solo en las procesiones». Era de los que tenía su cuadrilla pero aquello quedó atrás. «Cuando ya va faltando gente no es lo mismo», dice.
María también ha vivido y vive desde dentro la Semana Santa. No con un tambor pero sí participando en todo lo habido y por haber. Ella, como todas o la gran mayoría, ha pasado por las Siete y por las Doce. En su casa, sus dos hijas Susana y Elena; sus yernos, el urreano Ignacio, que es otro entusiasta de esta época, y el zaragozano Ricardo; y sus cuatro nietas han seguido con la tradición.
También ha pasado lo mismo en el caso de Manuel al transmitir este sentimiento a Vicente y Mª Rosa y a sus tres nietos. Manuel y María comparten estos recuerdos en compañía de sus descendientes.
Prácticamente todos siguen su implicación ya sea con tambor, con bombo, como alabardero o como hebreas en el caso de las pequeñas, papel que alternan con el tambor. Manuel también perteneció a los alabarderos, lo hizo en los tiempos de la mili y como tambor. «Ese año me reclamaron para que viniera pero la carta no me llegó, así que, ese año fallé», añade.
Vicente, Mª Rosa, Susana y Elena son la segunda generación de esta familia. «Para nosotros el tambor ha sido una extraescolar, ya estaba muy instaurado», cuentan. Algunos viven en Urrea y otros en Zaragoza pero para todos la Semana Santa tiene una connotación especial. «Aquí no es como en una capital donde te apuntas a una cofradía y tienes que estar ahí y ser solo de eso. Aquí es todo más espontáneo porque si hace falta gente para la peana, pues siempre aparece alguien o si hace falta en otro sitio, pues se coloca ahí». Ricardo, yerno de María, es zaragozano y alabardero en Urrea. «Me he metido de lleno», ríe.
Urrea procesiona un gran número de peanas en el Santo Entierro y a veces encontrar manos es complicado aunque nunca ha sido imposible. «Siempre sale y si no fuera por las peñas lo tendríamos más difícil», dice Tomás Pamplona, marido de María.
También hay Rosarieros en los Tena. El primero fue Vicente pero después la cofradía desapareció. Dejaron de cantar durante muchos años por las calles de Urrea hasta hace una década aproximadamente cuando se decidió volver a recuperar. Manuel forma parte de ellos y por eso en Jueves Santo sacrifica el Romper la Hora por el cantar. «Antes sí que tocaba, dejaba el tambor y me iba a cantar pero ya es mucho jaleo», dice. «Pues en esta tradición me parece que tu hijo no te va a seguir», ríe Vicente.
Toda esta actividad la han asumido los pequeños. Ángela (7), Alba (10), Luna (10), Enma (8), Luca (6), Miguel (5) y David (9) son la tercera generación. Estos dos últimos además, se reparten algunos actos con la Semana Santa de Albalate, el pueblo materno.
Hablan del futuro y lo ven fuerte gracias, sobre todo, al auge de las mujeres. «Por ellas se mantienen muchas cosas», apunta Tomás Pamplona. Antaño también ellas tocaban los tambores aunque no era tan común como ahora. Una de las que sí salía era su cuñada Mª Rosa, la esposa de Manuel. «De muy joven salía con una cuadrilla de amigas. Íbamos a la procesión con la vela o como tocaba y cuando acababa nos íbamos a tocar. Me gustaba», explica.
Familias como las que han formado Manuel y María son garante de que la Semana Santa urreana está viva y además, en constante evolución. Cada uno en su papel y si es preciso, echando una mano donde sea necesario. La rueda sigue ya por la tercera generación.