Se llamaba Blas y le decían el Garduña. Plantó miles de árboles y los cuidó. Tuvo seis hijas y las sacó adelante como pudo. Quiso a su mujer con toda el alma y la deseó con todo el cuerpo…El libro de su vida lo escribió, en grandes letras, sobre la tierra desnuda, con la ayuda de un azadón, un mulo y un arado. Algunos renglones le quedaron un poco torcidos, pero todavía están allí, en el valle de la Solana…, para quien quiera leerlos antes de que se los coman las zarzas y el olvido».
Decía Luis Buñuel que en Calanda la edad media había durado hasta bien entrado el siglo XX. Y algo así sucede en el escenario de la novela que me decido a recomendaros esta semana; un lugar que puede ser casi cualquiera en la España interior. Allí nace, al mismo tiempo que la Segunda República, un niño llamado Blas. Y en el mismo lugar muere, ochenta años después, sin ser consciente de que se lleva a la tumba una forma de vida milenaria. Entre medio hay una infancia, el descubrimiento del sexo, la guerra civil, un matrimonio, tantas injusticias como alegrías, y la extinción de una forma de estar en el mundo y de pensarlo: el fin de la sabiduría analfabeta, para la cual no existía nada fuera del ciclo de las estaciones y el curso del río. El es el último. Nadie más sigue sus pasos. Blas sabe de animales, de viñas y tomates, sabe de albañilería y fontanería, es autosuficiente y solidario: capaz de andar tres horas cargado para arreglar una acequia o un bancal, sabe cuidar de su familia y sabe también guardarse unos cuantos secretos.
Pero la historia de Blas es, además, la historia de España en el último siglo, ya que él, aunque no lo quiera, está inmerso en ella: la II República, la dictadura, la posguerra, la dureza de los años 50 y 60, hasta estos decenios recientes, en que irrumpe la última modernidad y «el desastre»: la maquinaria, la tecnología, la destrucción del ecosistema, la contaminación de los ríos, los neorrurales…
Pues bien, todo esto y mucho más es narrado magníficamente en «LA TIERRA DESNUDA», la primicia literaria de RAFAEL NAVARRO DE CASTRO, que desembarca en la narrativa con más de quinientas páginas ajenas a cualquier urgencia. «LA TIERRA DESNUDA» es un libro valiente, sólido, adscrito al linaje de prosistas como Llamazares, Mateo Díez o Sampedro…, todos ellos, como también RAFAEL NAVARRO, impregnados del innegable magisterio del gran Miguel Delibes. Una novela que merece la pena leerla silenciosamente, sin prisas, dejando que su lectura nos conecte con ese modo de vida, con esa filosofía que se nos ha ido sin darnos cuenta. Es, como escribe Sergio del Molino: «Un canto pasional, hondo y nostálgico a una España extinta y salvaje».