Nueva York, 8 de noviembre de 1927. Ha muerto Marcelino, el payaso aragonés, el mejor payaso del mundo, el artista que durante años llenó los mayores teatros de Londres y Nueva York, pero que ha caído en el más absoluto olvido. Esa tarde, en el cementerio de Kensico, se pone punto y final a una de las biografías artísticas más apasionantes de la historia y empieza a nacer una leyenda llena de misterios y puntos oscuros que ha pervivido hasta nuestros días: tanto es así, que, hasta hace muy poco tiempo, esta figura universal ha permanecido ignorada por sus compatriotas y por la propia gente de su tierra.
Y es precisamente esta biografía, realmente apasionante: “MARCELINO. EL MEJOR PAYASO DEL MUNDO”, publicada por Mira editores y escrita, tras años de arduas investigaciones, por el periodista MARIANO GARCIA CANTARERO, la que viene a llenar este hueco ominoso e intentar iluminar en algo todos estos misterios.
Marcelino Orbés nació el 15 de mayo de 1873 en Jaca, en el seno de una familia muy humide. Sus pasos fueron encaminándose, en un principio, hacia el circo tradicional, pasando por las mejores carpas europeas de la época: el Alegría en España, el Lockhart en Francia, el Carré en Holanda, y el Hengler en el Reino Unido; hasta dar el salto a los teatros. Allí, en el Hippodrome de Londres, se convirtió en el clown estrella, siendo el más popular de la época y convirtiéndose en el ídolo de los niños. Actuó en la pantomima La Cenicienta junto a un jovencísimo Charles Chaplin (se dice que éste creó el personaje de Charlot inspirándose en Marcelino). Cuentan los periódicos de la época que enamoró a una princesa india, que intentaba conquistarlo enviándole diamantes a diario. Y cuando decidió dar el salto a Norteamérica, estos mismos periódicos le dedicaban páginas enteras con titulares como: “Marcelino no te vayas”.
En 1905 llegó a Nueva York, y desde entonces su fama no dejó de crecer: los neoyorquinos no decían “esta noche voy al Hippodrome”, sino “esta noche voy a ver a Marcelino”. Mas de 10.000 personas disfrutaban de su espectáculo a diario. Compartió escenario con los más grandes, como Houdini; y fue admirado por los más grandes, como Buster Keaton.
Sin embargo, una serie de circunstancias como la llegada del cinematógrafo (que obligó a cerrar muchos teatros), unas malas inversiones económicas que dieron al traste con su fortuna, o la separación de su mujer… fueron apagando su estrella. Dicen que acabó solo y abandonado; y que empleó su último bien, un alfiler de corbata, para comprarse el revólver con el que se quitó la vida en una humilde habitación de hotel. Apenas ochenta y cuatro personas asistieron al entierro del mejor payaso del mundo: fue la triste despedida al “clown” aragonés que arrancó millones y millones de sonrisas.
Una de las biografías que verdaderamente merece la pena leer.