Se cuenta que la pequeña Harriet Thackeray, hija del gran novelista inglés William Thackeray, le preguntaba a su padre con consternación: “Papá, ¿por que tú no escribes libros como NICHOLAS NICKLEBY?”. Y es que, como apuntaba uno de los más importantes críticos de la época: “no hay ningún escritor contemporáneo cuyas obras sean leídas con tanto deleite por toda la casa, criados y señores, niños y adultos”. Eso fue así y, estoy seguro, seguirá siendo siendo así. CHARLES DICKENS figura entre los mejores escritores de todos los tiempos; y sus obras siguen proporcionando el mismo placer a los lectores que cuando se escribieron. Entonces las novelas se publicaban por entregas en los periódicos y los ávidos lectores de Dickens, ante una nueva entrega, incapaces de esperar a que llegara el correo, salían a recibirlo, a veces, hasta varios kilómetros antes para empezar a leer esa historia que los tenía encandilados. Con avidez semejante pero sin incómodas interrupciones podremos ahora disfrutar de uno de sus títulos menos conocidos pero igual de maravilloso: “NICHOLAS NICKLEBY”. Quizás no sea la mejor de sus obras, pues fue la segunda que escribió (después de Oliver Twist); y aunque en ella están presentes muchas de las características del Dickens maduro, lo cierto es que no está tan trabajada como sus títulos posteriores. Pero aun así y todo, os lo aseguro, su lectura es una auténtica delicia que paladeamos en cada una de sus mil páginas. Y es que, no hay duda de que el genio de DICKENS le hace encumbrarse allí donde otros fracasan.
Lo que tampoco tiene discusión es que la trama es dickensiana a más no poder. En ella el señor Nickleby fallece dejando a su viuda y a sus dos hijos, Kate y Nicholas, desamparados y sin dinero: sólo la ayuda del hermano del finado, el avaro Ralph, pondrá en marcha una serie de acontecimientos que marcarán la vida de la familia, y en particular la del joven Nicholas que es asignado a trabajar como ayudante de maestro en una escuela de Yorkshire. El joven e impulsivo Nicholas parte lleno de entusiasmo, pero pronto descubre que allí el director se asemeja más a un carcelero dispuesto a atormentar a sus alumnos y que a él, para su desgracia, se le da muy mal acatar órdenes que desprecia. Sorprendentes y curiosos personajes secundarios, accidentadas historias y bienaventuradas coincidencias forjarán el caracter del muchacho, convirtiéndole en un hombre cabal como pocos.
La novela no sólo cosechó un éxito incuestionable, sino que consiguió frenar los malos tratos de las escuelas inglesas, a veces crueles y terribles. Pero no es esta una novela amarga, puesto que el humor de DICKENS que magníficamente impregna todas las páginas aun cuando se relaten los más trsites episodios, y el amor siempre triunfante por encima de cualquier mal designio, parecen estar ahí para recordarnos que la lectura, como la vida, debería tener siempre un final feliz. Como quería DICKENS.