Hace ya algún tiempo, y en este mismo espacio, os presenté la colección de relatos de una escritora norteamericana ya desaparecida y casi olvidada que sacudió, y de qué manera, el panorama literario mundial.
Era «Manual para mujeres de la limpieza» de LUCIA BERLIN. Esa «desafiante rosa roja que nunca dejó de cruzar las carreteras secundarias de una felicidad con resaca», como la describía el crítico Guillermo Busutil. Esa mujer intrépida y débil, al mismo tiempo, que narra historias inspiradas en sus propios recuerdos: su infancia en distintas poblaciones mineras, su glamurosa adolescencia en Santiago de Chile, sus estancias en Nueva York, México o California (en donde tuvo como profesor de sus estudios a nuestro Ramón J. Sender), sus tres matrimonios fallidos, su alcoholismo, o los distintos puestos de trabajo que desempeñó para poder mantener a sus cuatro hijos: enfermera, telefonista, limpiadora…
Mientras todos esos avatares pasaban como un ciclón por su vida, LUCIA escribía cuentos verdaderamente maravillosos. Tenía una singular capacidad para representar la belleza y el dolor de las rutinas de nuestras vidas. Su extraordinaria honestidad, su magnetismo, la familiaridad de sus personajes, su sutil pero abrumadora melancolía…; todo ello fue plasmándose en una serie de relatos hasta publicar seis libros que, poco a poco, se fueron olvidando. Cómo podía imaginar ella que, muchos años después de su muerte, sería comparada con los más grandes escritores de relatos e incluso considerada como una de las mejores escritoras contemporáneas.
«UNA NOCHE EN EL PARAISO» es el título de este segundo volumen de cuentos, que, con el anterior, casi abarcan toda su obra. Cuentos en los márgenes del paraíso que son un espejo de casas de familias perdedoras en los que se reflejan mujeres BERLIN, luchadoras en su feminidad y como madres, contra el amor de pétalos secos y el dolor de una rutina a la que es casi imposible darle la vuelta.
De todas formas, ¡hay que leerlos! Es imposible hacerse a la idea de su genialidad sólo con sus descripciones patéticas y tristes; porque ahí reside el encanto de LUCIA, porque esas narraciones cobran optimismo, calidez e incluso humor con la sencillez y la alegría de vivir que es capaz de transmitirnos incluso en las situaciones más sórdidas. Como escribió José María Guelbenzu en una crítica: «Creo que nunca he leído a una mujer más inteligente, sensible, tierna y valiente que LUCIA BERLIN». Yo, por supuesto, y dejando a un lado a mi «amada» Natalia Ginzburg, también lo creo.