Merche Guimerá
Cofrade
Mis primeros recuerdos de la Semana Santa se remontan a un día de mi niñez, cuando mi padre había traído los tradicionales ramos de olivo para la procesión del Domingo de Ramos, y mi abuelo me enseñó la canción que se cantaba antiguamente la víspera recorriendo las calles con los ramos. Así que animé a mis amigos y, ramos al aire, recorrimos las calles cantando: «Pataques, pataques, guixes i sigrons. Qué bones, qué bones, qué bones que son ¡¡Viva la comare, viva lo ballador , viva la trompeta del siñó retó, que minje carbassa i cague meló» (esa era nuestra versión, no puedo asegurar que fuera la original) .
Llegado el Domingo de Ramos nos íbamos todos bien «mudados» a la procesión. Recuerdo la envidia que despertaba en mí las palmas tan blancas y bonitas que llevaban las «forasteras». Siempre con esos vestidos preciosos de tiendas de ciudad mientras que yo me conformaba con los vestidos heredados de alguna prima mayor.
En lo referente a la gastronomía, tengo en mi mente el sabor de los platos que preparaba mi abuela para hacer la correspondiente vigilia durante los viernes de Cuaresma y el Jueves y Viernes Santo; huevos verdes que son huevos duros. El color es por el perejil que se le añade al relleno. Y, cómo no, los típicos garbanzos con bacalao, que no los superaría ni el mismísimo Ferrán Adriá. Posteriormente los preparaba mi madre y ahora yo sigo con la tradición. En esa época no teníamos las elaboradas monas que surten los escaparates de las pastelerías de hoy, así que cuando el cartero me decía que había llegado un paquete de mi tía, yo me volvía loca de contenta porque sabía que era la mona que nos enviaba cada año, con sus plumitas y su apetitosa decoración.
Siguiendo con la liturgia, el Viernes Santo por la mañana íbamos al calvario a seguir el Viacrucis. Se recorrían con devoción los pasos ubicados en la ladera de una pequeña montaña situada a las afueras de Beceite. Lo que permitía disfrutar de la naturaleza y las bonitas vistas desde allí mientras el cura iba relatando las penurias de Nuestro Señor. Echo de menos el sonido de los «carraus» y las «matracas» que acompañaban con su peculiar alboroto otras celebraciones de esa festividad.
Ya de joven, cuando vi por primera vez la procesión del Santo Entierro de Valderrobres, me quedé muy impresionada con la solemnidad de los redobles de tambor. Me impactaron las caras escondidas bajo los caperuzos, ese paso acompasado y entregado a la devoción de todos los cofrades. Más aun viendo las pieles de los bombos ensangrentadas por el fervor de sus golpes. Cosa que no deja de sorprenderme ya que ese fervor y entusiasmo por tocar tambores, bombos y timbales en ese periodo, en muchos casos nada tiene que ver con la religiosidad. ¡Paradojas de la tradición!
Mi participación en la Semana Santa de Valderrobres se hace activa cuando desde hace varios años colaboro en la procesión del Santo Entierro llevando el conmovedor estandarte de la Virgen de los Dolores. Asímismo, me gusta engalanar mi balcón con la tradicional colcha blanca con su correspondiente crespón negro y esperar a oscuras que pase por mi calle la solemne procesión del Silencio. Ahora, formando parte de la junta de «la Dolorosa» intentaré aportar mi granito de arena para seguir con la enorme labor que otras cofrades han ido haciendo a lo largo de tantos años.
En la actualidad, me produce mucha alegría ver la pasión que le pone mi hijo por ir a los ensayos de tambor y timbal, la ilusión que tiene por que llegue la ansiada Semana Santa y poder tocar durante horas. Y yo de ver lo que disfruta, de arreglarle toda la indumentaria y de escuchar el sobrecogedor sonido que consigue aflorar sentimientos de religiosidad o de simple tradición.
Gracias Merche por este relato y por hacernos recordar a todos nosotros tambien aquellos imborrables años de nuestra niñez. Un Abrazo muy fuerte amiga Mia!!!