Bueno amigos lectores, como en otras ocasiones esta semana vuelvo a recomendaros uno de esos «clasicones» que tanto me gustan, uno de esos imprescindibles que tienen que figurar en los anaqueles de toda biblioteca que se precie, uno de esos que suelen depararnos, casi siempre, sorpresas muy agradables. Y esta vez le ha tocado el turno a uno de los escritores más injustamente olvidado de las letras europeas; injusticia que se ha venido repetiendo casi desde su fallecimiento hasta el día de hoy. Y asevero esto porque pocos han sido los autores que han transmitido con su escritura lo que podríamos denominar: delectación de la lentitud de leer. Sus admirables descripciones, la sencillez de sus tramas, el ambiente de calidez que impregna sus textos y esa concepción estética, en la que existe un juego armónico entre todas las fuerzas al servicio de lo más elevado, donde lo bueno siempre acompaña a lo bello, hacen que lo sintamos muy cerca, casi amigo y compañero de este viaje.
Así lo vieron en su tiempo, rescatándolo del olvido, figuras como Störm, Nietzsche y, sobretodo, el gran poeta Rilke. Más hacia adelante tuvo que acudir en la ayuda de su memoria Ernest Jünger. Y, últimamente, dos de los mejores escritores contemporáneos: Thomas Bernhard y Peter Handke, reconocieron la deuda contraída con él, con ADALBERT STIFTER.
STIFTER es la gran figura de la narrativa austríaca del siglo XIX, y su nacimiento (1805) coincide casi con el nacimiento de Austria como estado independiente. No fue un escritor que perteneciera claramente a un corriente literaria ni se adhirió nunca a ningún movimiento de su época; quizá resida parte de su grandeza en haberse mantenido siempre como escritor aislado sin dejarse llevar de modas literarias.
Nacido en la antigua Bohemia, sus libros se impregnan de bosques, aldeas, castillos, montañas…, los habitantes de aquellos parajes; o del respeto a las costumbres ancestrales, envuelto todo ello en una suave, dulce ley que tiende a que todo sea como debe ser según ha sido siempre. Se le llegó a acusar de que sólo escribía sobre cosas pequeñas y hombres corrientes; y el se defendió diciendo que: «las leyes que rigen lo pequeño son las mismas que rigen el universo, la manifestación de la ley que mueve el mundo está tanto en el soplo de la brisa… como en la tormenta que arrasa los campos».
Una de sus obras más conocidas, y la que le dió mayor fama en vida, fue una colección de cuentos que tituló: «PIEDRAS DE COLORES» (debido a su afición de recoger piedras de colores en los caminos, pulirlas y guardarlas como un tesoro). Y, en verdad, eso es lo que son estos cuentos: verdaderos tesoros de la literatura. En España, en donde se han editado últimamente varios de sus libros, sólo existía una edición acortada de este título, pero en estos días la editorial Pre-Textos acaba de publicar, por primera vez, la edición completa, cosa que a los «stifterianos» nos ha entusiasmado. Estas «PIEDRAS DE COLORES», estas auténticas joyas, son seis relatos protagonizados por niños (aunque no están escritos para niños) y ambientados en esos paisajes que he comentado y que tan caros eran al autor. Son seis obras maestras que irradian una paz, una belleza y una nobleza de sentimientos dificilmente encontrables en cualquier otro escritor; además de ser extraordinarias muestras de estilo en el arte de la descripción. El gran Thomas Mann confesó que él mismo había pensado describir una gran tormenta de nieve en «La montaña mágica», pero después de haber leído la de STIFTER en su cuento: «Cristal de roca», consideraba que no sólo era insuperable, sino inalcanzable.
Os invito, pues, a adentraros en el universo de ADALBERT STIFTER, empezando por estas «PIEDRAS DE COLORES», sabiendo de antemano que no sólo no os defraudará, sino que gozaréis de su lectura como hace tiempo no lo haciáis.