José María Valls expone en el Ayuntamiento de Calanda una recopilación de imágenes tomadas durante los años sesenta
La fotografía tiene algo que muchos podrían definir como mágico. El poder de atrapar instantes, congelar realidades, detener el tiempo… en definitiva, capturar el ahora. Pero ha pasado mucho desde el «ahora» que retratan las imágenes de José María Valls. El calandino presentó la semana pasada la exposición «Retrospectiva de Calanda, 50 años atrás». Niños correteando en las carreras de San Roque, mujeres en los lavaderos, carros de caballerías surcando las calles… No son fotografías oficiales, simplemente retratos de otras épocas, incide Valls. «Tiene el valor de que la gente puede verse, reconocer a sus padres, a sus abuelos…», asegura.
Esta exposición podrá visitarse durante todo el mes de abril en los bajos del Ayuntamiento de Calanda, en horario de ocho de la mañana a tres de la tarde. No hay que olvidar que son fotografías de calle, casi anecdóticas, pero es precisamente lo que «a la gente le encanta».
En esta recopilación no podía faltar una parte muy importante de la vida de la localidad: la Semana Santa. Testigo son sin duda las imágenes, pero también la persona que estuvo tras la máquina. Los recuerdos de Valls se remontan a hace 77 o 78 años, cuando los tambores eran de madera y llevaban la bandera nacional. Sus imágenes son un poco posteriores y recogen realidades que han cambiado para dar paso a lo que la semana que viene veremos por las calles de Calanda.

Lo que hoy son procesiones perfectamente perfiladas, con todos los aspectos medidos y gran sobriedad, fueron en su día exaltaciones casi espontáneas de un sentir común. «Entonces no existía la rompida de los tambores como ahora, sino que cada uno de cada calle salía de su casa tocando y la gente se iba agrupando en la plaza», explica. «Calanda era tan ordenada de una manera anárquica que cuando había que salir al pregón salíamos, y siempre había gente para cada cosa», cuenta. Se trata de una virtud que Valls resalta y que llama «conciencia de colaboración». Una responsabilidad que posteriormente se institucionalizó gracias a la organización «magnífica» que actualmente impera, y que permite que cada año las procesiones salgan de la mejor manera posible.
Al echar la vista atrás, Valls también destaca las visitas de Luis Buñuel a la Semana Santa o la llegada del turismo, que trajo consigo la necesidad de regular el acceso a las calles. Las primeras imágenes que tomó de la Semana Santa fueron de las hileras de tambores en las calles o de los pasos, y posteriormente fue probando con encuadres nuevos, en una búsqueda más artística, que además desempeñó otras funciones. «La fotografía sirve para mucho. Al principio veías a alguien con zapato negro, otro con zapatillas de deporte… Claro, todo eso cuando alguien lo ve dice: eso tenemos que corregirlo. Y había testimonios del mal efecto que hacía aquella manera de vestir o de participar», cuenta el calandino.
Sus andanzas en la fotografía surgieron en un viaje junto a Coros y Danzas a las Islas Canarias. Gracias al dinero que reunió en esa aventura de veinte días pudo hacerse con su primera cámara, con la que trabajó hasta que un familiar vinculado a Iberia pudo conseguirle una Réflex venida desde Estados Unidos.
Desde entonces han sido muchas las cámaras que han pasado por sus manos, pero todas ellas han servido para atestiguar el sentir que año tras año inunda Calanda y que, como todo, también ha variado. «El sentido de responsabilidad y de respeto que hay hoy es mucho mayor que en tiempos», explica.
Esta Semana Santa, de nuevo procesiones, pasos iluminadas, niños corriendo en las calles, tambores y bombos, abrazos cómplices y, en definitiva, oportunidades para seguir retratando la vida de Calanda cámara en mano.